Tuesday, July 30, 2024

EL GORRIÓN

En el Carrefour de al lado de mi casa se ha colado un gorrión y no sabe salir.  
Una preocupación más en mi vida. De hecho, de las pocas preocupaciones que tengo. ¿Logrará salir el gorrión? ¿dónde duerme? ¿consigue algo de comer en Carrefour? ¿qué bebe? 
El pensamiento del gorrión, su existencia, me persigue por las calles, hasta mi casa. Intento no pensar en él, mirar para otro lado para no sufrir, ponerme a Charli XCX en los cascos, verme un capítulo de Big Boys, pero su situación me obsesiona y me hace sufrir. Trato de no implicarme, pero una pena fina y aguda pellizca mi corazón. 
Es solo un gorrión, ¿no? Obviamente no; es la inocencia y la vulnerabilidad absoluta, sola, en medio de una realidad que se le escapa y que es culpa nuestra. 

 El gorrión pulula por los pasillos de las cervezas y en el pasillo de detrás, el de los productos de limpieza. Trata de habituarse a una nueva realidad. Cuando alguien se acerca se esconde raudo bajo de los estantes, donde nadie puede alcanzarle. 
Hace bien en desconfiar del ser humano. 
A veces pía y sale al pasillo. El otro día rompí una bolsa de comida para pájaros y le lancé alpiste debajo de los estantes para que comiese. 
Sabiendo que había comido me fui a casa más tranquilo, pensando en las tradwives. 

 Ese movimiento o sub-tribu urbana que se muestra inocente e ingenuo, como si ser tradwife fuese como ser otaku o gothic lolita, cuando es puro cinismo conservador y ultra católico, exportado de la América profunda, para hacerle contra-tendencia al la cuarta ola feminista desde TikTok. 
Solo se puede ser tradwife si eres gay. 
Desde la ironía queer, ser tradwife es un morbo sexual.  
Desde la cisheteronormatividad es fascismo. 

 Hablando de neo-fascismo… El conservadurismo ha puesto el grito en el cielo con la última cena recreada por drag queens en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. 
La última cena ha sido representada en promociones de la serie Los Soprano, de películas manaders como Los Mercenarios, y nadie veía ahí ninguna herejía. Lo representan drag queens y, qué curioso, es un sacrilegio. 
Homofobia. 
Fin. 
Para empezar, La última cena está pintada por un maricón: Leonardo Da Vinci. Para continuar, La última cena está para cagarse en ella. Ya no por ser iconoclasta, que hay que serlo siempre, sino por simple desprecio a la religión, al enorme daño que esta le ha hecho a la sociedad y a lo que representa. 
Ya está bien del inepto lugar común del “hay que respetar la religión de cada cuál y aceptar las creencias de cada uno”. No. No hay que respetar ninguna religión. Es como pedir respeto por creer en el Yeti, ridículo, con una salvedad: creer en el Yeti no hace daño a nadie, pero las religiones sí. 
Las religiones son debilidad y muerte. 

 Freud, en su ensayo El malestar en la cultura, escribe: “La religión impone a todos su camino para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica consiste en reducir el valor de la vida y deformar de manera delirante la imagen del mundo real, para lo que se requiere la intimidación de la inteligencia. A ese precio, a través de la fijación violenta de un infantilismo psíquico y de la participación de un engaño masivo, la religión logra evitar a muchas personas la neurosis individual. Pero el sufrimiento llega en forma de los “designios insondables de Dios” y al creyente solo le queda la sumisión y la aceptación de dicho sufrimiento y si está dispuesto a aceptarlo, probablemente podría haberse ahorrado el rodeo”. 
Bravo. 

 Ya ha empezado El diario de Jorge Javier y es muy tardes de verano, al subir de la pisci, con el aire acondicionado. 
Muy de rodajas de sandía y Nespresso de coco. 
JJV arrancó el programa nervioso, tenso, poco natural. Poco a poco fue cogiendo el ritmo y el humor de ese formato Diario de Patricia consistente en descubrir personajes cotidianos y pintorescos. 
La excepcionalidad de la vulgaridad. 
El programa resultó entretenido y bonito, con abuelas golfas, hijos queer con madres modernas, toxicidad, pureza de espíritu. Muy variado, como España. Deberán esforzarse mucho en el casting de gente de la calle para lograr hacer el programa viral. Será complicado pues, en la era pre-redes sociales, curiosamente era más fácil encontrar gente auténtica y genuina, única. 
Las redes sociales han hecho que la gente cada vez se parezca más entre sí. 
Han sido la gentrificación del ser humano. 
Pero alguien quedará aún al margen de todo esto. 

Alguien quedará por descubrir. El diario de Jorge Javier me reconcilia con España, mientras, fuera, ocurre esa otra España, siniestra; la de la fachosfera intentando torpemente acabar con la democracia tumbando un gobierno democrático a base de falsas imputaciones, buscando vídeos del presidente siendo juzgado por no-delitos, con el fin de erosionar su imagen y su persona. Unas imputaciones basadas en bulos y falsos indicios que comenzaron justo antes de las elecciones europeas, por si acaso lograban afectar al resultado. 
El lawfare que no cesa. 
De este modo, el juez Peinado, que es un ser deplorable, como el cochero de Drácula, como el señor Burns de Los Simpson, se presenta en la Moncloa para grabar a Pedro Sánchez declarando por algo por lo que no tiene que declarar, pero le sale el tiro por la culata y sale de ahí con una querella del presidente del gobierno por prevaricación. 
Don’t play with the player. 
Una vez más, la brillantez de Pedro Sánchez (¿quién le asesora?). Por un lado, el sentido común, pues no se puede tolerar el lawfare y hay que combatirlo en los tribunales siempre. También la sagacidad de Pedro Sánchez dando golpes maestros y giros de timón y, por otro, la torpeza de la derecha, que no se da cuenta de que todos esos burdos tejemanejes tan solo benefician a la izquierda. 

El gorrión al menos estará fresco en Carrefour. Espero que encuentre su rinconcito cuando apaguen las luces del supermercado.