Friday, July 26, 2024

UN RATO MÁS

Desayunando con mi chico, en nuestra terraza, unas napolitanas de chocolate del CostCo recién sacadas del horno, con Oni y Frou Frou esperando a que nos levantásemos para tomar ellos posesión de las sillas y así poder escudriñar a los pájaros en los árboles, Jaime me contó que aunque creíamos vivir en el capitalismo este ya había acabado y ahora estábamos viviendo en el tecnofeudalismo. 

En el tecnofeudalismo, trabajamos para los señores feudales dueños de la tecnología y de plataformas como Amazon. Jeff Bezos, señor feudal, tecnofeudal, se lleva el treinta por ciento de todo lo que se vende en Amazon sin hacer nada, solo poniendo la plataforma, sin participar en ninguna cadena de producción. Yo creo el tecnofeudalismo sigue siendo capitalismo, un capitalismo evolucionado o, mejor dicho, involucionado, pero capitalismo al fin y al cabo. 

Bajé al chino a por un Monster para antes de entrenar. Mi pre-entreno. Esta vez cogí uno de color morado cuyo sabor me recordó al olor de las muñecas de Tarta de Fresa. Al principio me daba cierto apuro que la gente me viese con el Monster por la calle, pensaba que me veían como si fuese un fiestero yonqui que viene de after, o un desubicado que se cree teen. Pero en realidad yo creo que me ven más como al típico flipado crossfitero que va al gym y, además, a la gente se la suda que bebas Monster o mosto y a mi me da más igual todavía lo que piense gente que vota a Se acabó la fiesta. 

Yendo hacia el gimnasio, temprano, a eso de las nueve de la mañana, ya hacía calor. No quería ni imaginarme cómo sería el ambiente en la calle a las dos de la tarde. 
Con mis cascos escuchando el Espresso de Sabrina Carpenter, a Chappel Roan. Últimamente me ha dado por escuchar a Pérez Prado, que a mi padre le encantaba. El mambo es cubano, pero es un sonido que, curiosamente, define muy bien Madrid. El ritmo de la ciudad. 
El gimnasio estaba lleno de manaders Carvajal de Gibraltar es español (de verdad, ¿quién quiere ese peñón?), bitcoins, Boxeur de Rues, burpees, Agongym y “ahora para follar va a haber que hacerlas firmar un contrato”. 
Yo entreno a lo mío, como si fuese Nicole Kidman. 

Entre que Instagram no me permite subir stories, que ha terminado la temporada de Pijas Marrones (por supuesto volveremos en septiembre con la sexta temporada) y que Ni que fuéramos Shhh se va de vacaciones también, vais a tener que volver a terapia y a la medicación. 
Verano 2024. Un verano intenso. 

Más de cuarenta árboles marcados para ser talados por el siniestro y patético Ayuntamiento de Madrid de Almeida, en la plaza de Santa Ana, la plaza del hotel de los toreros, la plaza del Café Berlín. Ya ha habido manifestaciones contra semejante arboricidio. Según el Ayuntamiento se trata de la construcción de un parking en beneficio del vecindario (un parking, por supuesto, de gestión privada, a saber a quién le habrán dado la licencia, pero que costará 46 millones de euros de dinero público). Los pocos vecinos que quedan en la plaza, pues ahí ya casi todo son pisos turísticos, están en contra, obviamente. 
¿Cómo se puede permitir la tala de 47 árboles para hacer un parking y llenar la plaza de más mesas para las terrazas? 
La vida de un árbol vale más que la vida de 100 personas. 
En mi dictadura las calles estarían cubiertas por las sombras de los árboles. 
¿Por qué hay gente que odia a los árboles? Se odia a los árboles como cuando se odia el progreso; cuando crees que tu tiempo ya pasó y que el mundo no cuenta contigo. Pero la gente que odia a los árboles también, y sobre todo, es gente que se siente insignificante, incapaces de aceptar que lo son y que se niegan a aceptar que un árbol viva más que ellos. 

Cogimos nuestro coche nuevo para ir al hospital Vithas, en Aravaca, que operaban a una amiga e íbamos a llevarla una flores muy Virgina Woolf por sorpresa. Aparcamos fuera, enfrente de Barra, el bar donde quedan Terelu, Rociito y Potota para tomar cañas. Al lado está el Bamboleo, una terraza llena de cayetanos y cayetanas anti-abortistas con unas pintas, unos pelos, unos tonos kaki, unas alpargatas y unas perlas que de rancio resulta esperpéntico. Todo muy Taburete, pulsera de la Virgen del Carmen, cara irritada por el retinol y zapatillas Veja. 
Entrando en el Vithas, un hospital hotelito, como de Mujeres Desesperadas, muy americano, me acordé de que había fallecido Teresa Gimpera, tan guapa, con tanta clase, tan gauche divine catalana. Historia del cine español gracias a una de las películas más magníficas jamás rodadas: El espíritu de la colmena de Víctor Erice. 
Vi esa película siendo niño y siempre me persigue. La entendí de adulto. 

Estuvimos un rato con nuestra amiga, con su madre y con su novio. La hacíamos reír y casi se la saltaban los puntos de la risa, así que nos fuimos para dejarla descansar. De pronto el hospital me pareció como un hospital de broma. Como si fingiese ser un hospital pero no lo fuese. Como cuando hacen una cámara oculta e improvisan un hospital. 

Ni que fuéramos Shhhh se va de vacaciones. Yo creo que deberían haber seguido con el programa desde las playas de España, en sets improvisados en plena arena, con el mar de fondo y todas las señoras y las fagotas como locas. Echo de menos esos programas veraniegos del Telecinco de los 90: Desde Palma con amor, Uno para todas, Bellezas al agua... Y echaré de menos Ni que fuéramos y esos impagables momentos durante la publicidad en Ten, que se podían ver en los directos de YouTube, con ellos merendando Rodilla y relajándose contando intimidades mientras Escaleto les sonsacaba. 
Lo mejor de la televisión reciente. 
El programa que desafió a los canales convencionales, troleando a Telecinco desde un piso alquilado enfrente de la cadena. El punk, el resurgir de las cenizas cual Ave Fenix. Como presenciar un bombardeo, en el que se daba a todos por muertos y ver salir de entre los escombros a todos vivos, más fuertes y más dignos que antes del ataque. 

Cuenta la rumorología fagota que Beyoncé y Taylor Swift, la negra y la blanca, traman dar un concierto juntas en apoyo a la candidatura de Kamala Harris como presidenta de los Estados Unidos de América. Si esto finalmente ocurre, gana. Puede ser un concierto altamente icónico, como altamente icónica es la imagen de Salma Hayek alzando la antorcha olímpica de los Juegos Olímpicos de París 2024. Más que icónica me atrevería a decir mitológica. Pertenece directamente al olimpo de las diosas. 

Mucho desayunar hablando del tecnofeudalismo, pero tuve que bajar a la garita del conserje porque Amazon nos había dejado ahí un cojín masajeador de lumbares para el coche. 
Estaba fresquito en casa con el aire acondicionado y fue bajar y sentir un golpe de calor asfixiante y a la vez placentero. Un calor radical y distópico, como de Mad Max Fury Road, como de Furiosa. 
Esa tarde-noche Vero y Popote nos habían invitado a su casa, de enorme terraza-jardín, pero les llamé para decirles que viniesen a nuestra casa con el aire, que ni siquiera al caer el día se podía estar en una terraza.
Vinieron y pedimos McDonalds. 
Vero era mi amiguita de la urba de cuando teníamos siete años. Jugando a Splash, la película con Daryl Hannah, intenté hacerla una cola de sirena de papel albal, pero claro, se rompía. Nos tirábamos en la piscina desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde. Y luego a jugar por la urba, al rescate, a patinar, con patines o skate, en los columpios neumático. Nuestras madres nos tiraban un bocata de filete por la ventana. Y cuando ya era tarde nos llamaban, a cada niño con un silbato diferente, para saber quién tenía que subir. Y gritábamos “un rato más”. 
Cuando murió mi madre todo aquello se rompió en mil pedazos. 
Pero qué alegría volver a comerme una hamburguesa con mi amiga Vero. 
La que conoció al Popy niño.