Wednesday, July 24, 2024

TAB Y FLASH

Verano en la piscina, con Bajo el signo de Saturno de Susan Sontag, una de mis educadoras. 
Amo el cloro, tan limpio, tan desinfectante, ese aroma de niñez que deja en la piel. 
Los niños, hijos de paletos de Vox, salpicando, tirándose a bomba, me recuerdan a los frescos sonidos de la piscina de mi infancia, en la urba Siete Picos, con mi sagrada madre untada en crema de zanahoria, pidiéndome que fuese a la panadería a por una lata de Tab para ella y que con las vueltas comprase un Flash para mi. Ese líquido majar que se quedaba al final. 
Un año tuve una colchoneta que era una boca, unos labios, como de anuncio de desodorante Fá de los ochenta, como de luz y sombras rayadas por los estores, neón y copa de Martini. Los niños de la urbanización, ya vulgares y sentenciados, al ver la colchoneta se quedaban bizcos. 
Veranos eternos, divertidos, sexys, humillantes, que se grababan a fuego.  

Biden, el presidente walking dead, el muerto viviente (recuerdo aquella escalofriante escena de Suspiria, de mi adorado Dario Argento, en la que sale la amiga del armario diciendo “soy la muerte viviente”), se retira como María Teresa Campos tras su entrevista a Ayuso en la furgoneta Campos Móvil. 
Trump se lo olía y por eso pidió a la CIA que hiciesen el paripé del francotirador. O me divierte más pensar que fue así. 
Se va a poner Kamala, que es una negra Oreo. Yo, experto en política estadounidense, solo porque me he criado viendo E.T. y Sensación de vivir, creo que es un gran error que se presente ella. Está quemada y desprende una energía poco de fiar. ¿Por qué no nos fiamos de Kamala Harris? ¿no será por pura misoginia? ¿O será racismo y nos fiaríamos más de ella si fuese rubia y blanca como Meryl Streep? Quiero pensar que no. De Octavia Spencer sí me fiaría, y es mujer y es negra. Pero Kamala me da a mi que no es trigo limpio. 

Quedé con Mario Canal en la plaza de Tirso de Molina. Esa plaza que cuando fui a ella a vivir, en 1996, estaba llena de borrachos y de yonquis, naúfragos de la Movida madrileña. 
Han tratado de “rehabilitarla” la plaza mil veces, poniendo puestos de flores de inspiración nórdica, fuentes, instalando bancos. Pero nunca fue posible. Tirso de Molina se resiste a la gentrificación, aún rodeada de airbnbs. Ya no hay yonquis, pero la plaza donde vivía Joaquín Cortés sigue atrayendo a los locos de Madrid, a los desahuciados del sistema. 
Es una plaza acogedora, en los márgenes, con una cálida energía. 

Mario estaba sentado plácidamente en una de las terrazas, tomándose una tónica. Yo venía escuchando el disco de Charli XCX, que es el disco del verano 2024, de la sinvergonzonería y la honestidad, en mis cascos Sony azules de diadema inalámbricos, que me regaló mi novio en mi pasado cumpleaños. El camarero, GenZ, nos puso un mix de frutos secos y dijo “para que tengáis algo que llevaros a la boca”. 
Nos fuimos raudos al precioso Teatro Pavón, en Cascorro, que llegábamos tarde a La Señora. La entrada estaba llena de maricones. Saludamos a Pablo Quijano, el director de la obra y me senté temeroso en el patio de butacas. Cada vez que alguien me invita a ver un corto o a una obra de teatro que ha dirigido me echo a temblar. A la salida siempre tienen los santos cojones de preguntarte qué te ha parecido. He llegado a salir a cuatro patas de obras de teatro para no enfrentarme a dicha pregunta. 
No fue el caso. 

La Señora es una obra arriesgada, intensa, divertida y voluptuosa. Entre el teatro de vanguardia y el teatro comercial, muy bien equilibrada. Una obra que invoca a Genet, descarada, física, visual, exuberante y siempre interesante. Trata diversos temas muy atractivos: la necesidad del aplauso, la maternidad tóxica, la política cultural, el trauma de los niños prodigio, pero para mi lo más interesante es cómo trata las relaciones de poder y la naturalidad con la que muestra el incesto, algo que se ve poco en la ficción contemporánea. 
Y luego está la gran sorpresa: Bibiana Fernández. Imaginaba que no iba a dar pie con bola, pese a ser el gran atractivo de la obra al mismo tiempo, pero resulta que está estupenda, magnética, divertida e imponente. Para una profesional habituada a otro medio, a la televisión, esta obra supone un reto de exigencia extrema. Digna de felicitación. 
Salí del teatro con la cabeza bien alta, sin necesidad de ocultarme. Nos encantó a Mario y a mi. 
Por cierto, hablando de teatro, este año logré comprar entradas finalmente para Robert LePage, para el festival de otoño, que viene con una obra que dura siete horas… No puedo esperar. Robert LePage, con su obra Lipsync, fue la experiencia teatral más increíble que he vivido jamás. 

Mario va a pasar el verano a París, a cuidarle el gato a un ex, pero no va a poder salir a la calle porque son los Juegos Olímpicos y en París, en lugar de llevarlos a polideportivos de extrarradio, los hacen en pleno centro, con la policía pidiendo carnets por si eres un musulmán que planea atentar. Todo comodísimo. 
Aún así siempre es una maravilla ir a París, pues pese a los turistas siempre te puedes encontrar con Brigitte Macron, gran Pija Marrón, con ese pelo tan setentón y esa sarcástica sonrisa. Maravillosa. 

En casa, mi chico y yo empezamos a ver Big Boys en Filmin, una preciosa serie marica británica, algo autocomplaciente, que es algo que las series confesionales contemporáneas tienen prohibido, pero divertida, llena de momentos vergonzantes por ser aún tabú social, y con unos personajes entrañables. 
De todos modos, si os ha gustado Big Boys, la serie que verdaderamente os recomiendo es My Mad Fat Diary. 

Ya hemos terminado la quinta temporada de Pijas Marrones, vuestro podcast favorito. Este año nos fuimos de vacaciones charlando sobre Shannen Doherty, Shelley Duval, la detención de Nacho Cano, la Eurocopa, Raffaella Carrá, el disparo a Trump… 
Lo podéis escuchar en Spotify y en todas las plataformas de podcast. 
Volveremos en septiembre, con fuerzas renovadas. 
Como Susana Griso.