Wednesday, October 02, 2024

MEGALÓPOPY

Octubre, el mes de Halloween, la spooky y la witch season. Esa mezcla de otoño melancólico y divertido terror. Pasamos de autum girl a bruja puta. El tiempo de elegir disfraz, de comprar adornos y dulces americanos de Halloween en CostCo y en Taste of América, todo herejía para la iglesia católica. El mes de volver a ver Pesadilla en Elm Street 3, todas las Scream, Halloween H20, Oculus, Viernes 14 la 4 y la 6, Clownhouse, los Drácula de la Hammer, Terrifier, Jeepers Creepers, la serie de Chucky y de Ash vs Evil Dead. 
De mirar cara a cara al terror y ponernos de su parte. 

Llegamos de la compra y guardo las cosas en la despensa y en la nevera haciendo mi fridge scaping; colocando los productos con etiquetas fea detrás y las etiquetas con logos bonitos, americanos y capitalistas o los más artesanales delante. 
Las mermeladas, las mostazas, los quesos, la fruta estratégicamente situada, haciendo bodegón, para que al abrir la puerta del frigorífico me invada esa sensación de seguridad y de protección que solo da la abundancia. 

Quedamos con Ferdi y Vero para ver Megalópolis
Sabíamos que el plato era fuerte y a la vez, y seguramente por eso, nos excitaba el plan. Era un evento, como tener plan para ir a una ópera pasadísima de rosca o a un concierto de jazz improvisación. Algo insoportable y a la vez efervescente. 
Compramos palomitas, para quitarle hierro al asunto, hicimos nuestras mezclas mágicas de brebajes, que si mezclando en las máquinas Coca Cola de lima y de limón o de Mezzo de melocotón con Fanta de uva, y nos adentramos en la liturgia de la sala oscura… 
Megalópolis empieza bien, prometedora, casi como una película de Fritz Lang, pero no tarda en mostrar su inaudita torpeza, sus pretensiones mal hilvanadas. 
La gente se salía del cine. 
Mi chico salió a rellenar la Coca Cola y se tiró fuera como diez minutos. Se tomó su tiempo para volver. Vero salió y se metió en otra sala, en una película francesa de una matemática o no sé qué. 
Yo me quedé en la sala, no por respeto, ni que estuviese Coppola delante, sino porque la película verdaderamente me estaba entreteniendo, pese al evidente esperpento que observaban mis pupilas. 

Megalópolis es un absoluto desastre, una película subrayada, anticuada, pero es cine libre, indomable y es absolutamente entrañable y cándida, casi infantil. 
Pertenece a ese gran género que tanto amo del cine testamental de chocheo; cuando un director ya anciano ve cercana su muerte y quiere contarlo todo de una vez, su visión del mundo actual, del pasado que jamás volverá y del futuro que no podrá vivir. 
Coppola, ingenuamente, cree que su muerte es el fin del mundo (lo es de su mundo, ¿qué muerte acaso no es el fin de al menos un mundo?), cree que el fin de su cine representa el fin de una era, y así lo plasma en su melancólica e irritante película, pero no es el fin de ninguna era, ni el principio de ninguna otra. 
El mundo sigue girando, sin más. 
Es Megalópolis, por supuesto, la película más personal en toda la carrera de Coppola, junto con, seguramente, Corazonada, mi favorita. Hacía más de treinta años que no veía una película de Coppola en cine. 
La última vez fue Drácula, que me maravilló. Para mi ahí terminó su carrera como director. Con Megalópolis vuelve a hacer cine con mayúsculas, aunque este cine esté desarticulado y pegando tiros al aire. 
Pero recordad: siempre mejor eso que la mediocridad. 
En el reparto, todos los actores están perdidísimos salvo tres interpretes: Shia LaBeouf, Jon Voight y Aubrey Plaza. LaBeouf entiende perfectamente el tono de la película en la que está y entiende que debe retar a Coppola. Sabe que los dos harán el ridículo, pero que lo harán a lo grande. Voight capta también el esperpento del film y lo lleva a su personaje de manera absolutamente consciente. Pero quién se lleva la palma es Aubrey Plaza. Sabéis lo fan que soy de esta peculiar actriz, pero en Megalópolis constata que es capaz de defender y de elevar lo imposible. 

Megalópolis se une, como decía antes, a este noble ciclo del cine testamental de chocheo. 
Hay directores, que ruedan tan mayores, que creen que la película que están rodando es la última, pero luego ruedan más, teniendo varios títulos testamentales de chocheo, como por ejemplo Alain Resnais, que con 87 años rodó la maravilla de Las Malas Hierbas, y después, ya con 92 años, rodó Amar, beber y cantar que es una joya absoluta, compendio de su modo ver ver la vida. 
O Manoel de Oliveira, que con 95 rodó su película testamental, Una película hablada, pero siguió haciendo cine hasta los 108 años. 
También hay cine testamental de gente no anciana pero que siente cercana la muerte de alguna manera, tal es el caso de la hipnótica All that jazz de Bob Fosse, que es como asistir a su propio funeral. 
Incluso hay cine testamental en directores no ancianos pero que creen que nunca más conseguirán dinero para volver a rodar nunca más. Así ocurre con Inland Empire, de David Lynch, con Cosmópolis de Cronenberg o con Holy Motors de Leos Carax. Películas testamentales porque sus directores creían que podían ser las últimas de sus carreras. 
De cine testimonial, siendo Una chica cortada en dos, de Chabrol, una de mis películas preferidas, y siendo el Chico y la garza de Miyazaki una rotunda obra de arte, sin duda me quedo con El último show de Robert Altman, de la que ya escribí en su día en este, vuestro blog. 
En esta joya sin precedentes, Altman utiliza un anticuado programa de radio country como alegoría del fin de un tipo de cine, de una manera de hacer cosas, que llegaba a su fin con él, aprovechando para reflexionar sobre la vejez, las relaciones humanas, el humor y su propia muerte. 
Se despide de sus espectadores y de la vida con educación y alegría. 
El mejor cine, el único de que verdaderamente se aprende , el cine testamental. 

Hay gente que se sale de Megalópolis pero que en cambio se traga Georgina en Netflix… 
No me entra en la cabeza que alguien pueda ver este reality. 
Chicas, poneros el reality de Anna Nicole Smith
Georgina es un personaje absolutamente impostado, sin gracia, no es lista, ni tonta, no es mala, ni buena. 
Simplemente no es nada. 
Entiendo que en los US de A, que no han tenido ni el Tomate, ni Crónicas Marcianas, ni Sálvame, vean Las Kardashian, que aburren a las ovejas, pero que aquí, en España, que fagotas GenZ incautas traguen con Georgina es de tener muy poca cultura trash, kitsch y camp. 
Teniendo en España personajes, como tenemos, tales como Aramis Fuster, Paqui La Coles, Ylenia Padilla, Aída Nízar o Carmen Gahona
Bostezo. 

Veo en una portada de una revista de moda extranjera nada menos que a la mismísima Catherine O’Hara, ahora en alza tras el éxito en taquilla de Bitelchús Bitelchús. 
Es una presencia impagable y absolutamente subversiva. Su mero rostro, por supuesto unido a su inteligencia y a su irónica inventiva gestual, ya es una finísima y a la vez rotunda sátira sobre los convencionalismos normativos. Magnífica de cálida madre de Macauly en Solo en casa, en The Paper, A dos metros bajo tierra, en Very Important Perros… 
Me hubiese encantado verla a las órdenes de John Waters y de Lynch. 
Si Lanthimos es un poco listo la llamará. 

Viendo en stories los memes de la hipopótama bebé malhumorada Moo Deng, que es la nueva estrella de internet. 
Su mera imagen nos facilita el disociar de la broza cotidiana. 
Naomi Campbell es pillada con el carrito del helado y resulta que utilizaba, presuntamente, su asociación benéfica para irse de spas y de vicios. De los cinco millones de euros recaudados, solo 400.000 dólares llegaron a los niños pobres. 
La causa benéfica era ella. 
Villana de ensueño. 

La gente no para de subir contenido de Manu Tenorio, por la polémica esta relacionada con que dice que tiene unos okupas en su casa cuando se trata de unos inquilinos. 
Manu Tenor representa a la España que no interesa. La España de lo mío es mío, de lo primero yo y “los míos”, del irse de putas, de Antena 3, del “ya no quedan valores”, del rebujito, de OkDiario, del “ya es que no se le puede decir un piropo a una chavala porque lo mismo acabas en el calabozo”, del Hormiguero, de la crisis patriarcal, Abascal y Alvisse, del “pero si los gays tienen más derechos que yo”, de los toros, de fumarse un puro, de la caza, de Spagnolo y Vale Cuatro, de Bertín. 
Es el pasado revolviéndose. 

Siempre estamos a punto de ver la película esta de terror de Netflix con Glenn Close, Deliverance, pero nunca nos atrevemos. 
Creemos que va a ser mala y que en realidad no va a ser de terror. 
Pero el caso es que la mera presencia de Glenn Close hace potente una película. Su look es descomunal, entre una Karen de Arkansas y una travesti neoyorquina. 
Los rasgos de esta inmensa actriz hacen que no sepas qué es maquillaje, prótesis o qué es suyo, aunque lo mismo da. 
Es todo máscara y todo verdad. 

Los mediocres de las redes muestran preocupación hacia Camilina y burla hacia la nueva cara de Shania Twain. 
Le hije de Camilo Sesto es todo lo que la sociedad no quiere ver de sí misma y, a la vez, no puede dejar de mirar para auto-reafirmarse en su propio fango. Le hije de Camilo Sesto es subversión, contraculturalidad, ataca directamente a la moral juedo-cristiana ya los convencionalismos normativos. 
Es el fin del género, la reivindicación de la drogadicción, la abolición de la familia, la libertad, el terror, el absurdo de las exigencias capitalistas en una vida fugaz. 
Es un espejo en el que no nosqueremos mirar porque, si lo hacemos, corremos el riesgo de pasar al otro lado, como Alicia. 

Shania Twain es una artista que nunca me ha llamado la atención. 
No la veía marica. 
Siempre la vi para señoras heteronormativas homófobas de la América profunda, lo que visto desde la ironía, es bastante marica de por sí, pero en fin, que nunca me interesó. No soy fan. 
Ha aparecido en una alfombra roja, guapísima, con la cara de Margot Robbie. Y enseguida la gentuza ha salido a criticarla, que si está irreconocible, que si se ha vuelto loca. 
A ver, irreconocible está, pero es que tampoco era muy reconocible antes… 
El caso es que la pobre debe estar pasando muy mal rato y me parece terrible cómo la industria del entretenimiento ensalza la juventud, repudiando a artistas como Katy Perry en cuanto cumplen 35, empujándolas a intervenir sus rostros para retrasar los signos del envejecimiento y, cuando lo hacen, se las tacha de dementes y de absurdas. 
Es lamentable y perverso. 

Un otoño, como cada otoño, en el que Madrid se llena de nuevos estudiantes en su primer año de carrera dispuestos a comerse la ciudad, a vivir el sueño madrileño, a ser ellos mismos, quienes no podían ser en sus provincias, a hacerse célebres y populares haciendo fotos, música, moda, cine o simplemente saliendo a bailar con lookazos. 
Llegaron el mes pasado, llegan cada septiembre. 
Aún no sabemos quiénes son pero muy pronto lo sabremos pues elles crean la cultura y construyen Madrid.