Tuesday, September 10, 2024

SUEÑO DISFUNCIONAL

La depresión post-vacacional, aun siendo consecuencia de la exigencia y de la explotación capitalista, no deja de ser una mera construcción social. Un tópico, un sentimiento de segunda mano. 
Deprimirte porque tienes que volver a la rutina no deja de ser humano y, precisamente por ello, un lugar común más. Pero la rutina también tiene algo acogedor y nos espera con nuevos regalos que precisamente nos coloca el capitalismo para que no nos tiremos a las vías del metro: Aída Nízar en Ni que fuéramos shhhhh, Solo asesinatos en el edificio en Disney+, Vanessa y Maica en el nuevo Gran Hermano, Bitelchús Bitelchús, Monsters Menendez Brothers en Netflix… 

Almodóvar, nuestra madre cultural junto con Madonna, ha hecho historia dirigiendo la primera película española en ganar el León de Oro del Festival de Venecia. 
Cuando cualquier deportista español gana cualquier medalla de cualquier deporte, el PP y la Casa Real no dudan en felicitarle por Twitter X. A Almodóvar, en cambio, como si nada hubiese ocurrido. 
Así es como la España conservadora maltrata la cultura de su propio país. 
Todo un piropo para el carácter progresista de Almodóvar, que sigue conectado con la sociedad de su momento mientras muchos coetáneos suyos se han convertido en boomers negacionistas frustrados por el fracaso del tiempo. 
Isabelle Huppert, presidenta del jurado este año, es quién le ha dado el León al director que, en el último momento, plantó a Cate Blanchett, que ahora debe estar fumando en pipa viendo las red carpets de Tilda y Julienne. 

Otro de los protagonistas de este Festival de Venecia ha sido Joaquin Phoenix
Se le ha visto más guapo que nunca. Con sus canas, con muy buen color, como de pasear por el campo, con unos kilitos más que cuando hizo de Joker. Tiene unos estupendos 50 años. 
Por los papeles que elige y por su manera de interpretarlos (a lo Daniel Day Lewis/Sean Penn), siempre pienso que se debe tratar de un hombre ególatra e intenso, pero luego en sus comparecencias públicas se le ve dulce y encantador. 
Un niño-hombre. 
Ha dejado tirado a Todd Haynes a cinco días de rodar. ¿Por qué lo habrá hecho?
Es uno de los más grandes actores de su generación, junto con Michael Shannon, James McAvoy, Leonardo DiCaprio, Peter Sarsgaard y Michael Fassbender. 

Vimos el arranque de Gran Hermano, deseosos de que volviese su espíritu de marginalidad mainstream. Así fue. 
El programa tuvo momentos catetos de pretendida espectacularidad, como presentar a un concursante desde una pantalla de Times Square, cuando ya todos sabemos que cualquier pija alquila esas pantallas durante segundos por su cumple, pero el programa estuvo trufado de efectos de guión vodevilescos, muy propios de la marca. 
Han metido a un gallego guapito, a la hija de María José Galera, que se perfila muy favorita del público, a dos amigas peleadas por un pavo falso-feo en plena época de sororidad, a un boxeador gymbro, al típico payaso que se cree graciosillo, a una vasca invisible, a un pijo cayetano venido a menos, a un profesor de baile tóxico, a un DJ, a dos hermanas mellizas que no se parecen nada y, entre todos ellos, unos cuantos concursantes interesantes: 
Jorge, un militar tendente a la melancolía, Maite, una cretina muy ordinaria, Maica, una modelo naif que dice ser una mujer de alto valor y que es cómica natural, al igual que Daniela, que habla spanglish y, los mejores; Jorge y Vanessa… 

Vanessa y Jorge son un sueño de disfuncionalidad. 
La verdadera esencia del Gran Hermano clásico. Una pareja, anclada en 1999, que en su cerebro es una pareja normal, normativa. 
Han entrado como pareja y Vanessa ya ha contado en el confesionario, a dos días de programa, que se quiere separar. 
Ha entrado en Gran Hermano para divorciarse. 
Maravilla. 
¿Sabéis qué tienen en común Tim Burton, John Waters, Fellini, el primer Almodóvar (el de Fabio Macnamara) y David Lynch? A Vanessa y Jorge. 
Cuando más allá del mainstream, el laggard, cruza la barrera de sí misma y se convierte en verdadera inspiración estética para artistas y trend setters. 

Volviendo de Denia, parando en estaciones de servicio. 
Me fascinan los lugares de paso. Esa energía anónima, con desconocidas historias anteriores y posteriores a ese momento.
Me encanta parar en mitad de un viaje en coche y entrar en uno de esos mesones que venden navajas, quesos, empanadas, con restaurantes decorados al estilo remordimiento español (madera con adornos curvos castellanos, lámparas medievales). Pedirme quizá un plato combinado, o un bocadillo gigante. 
Rodeado de camioneros, de gente humilde y trabajadora, de pijos, de moteros, familias veraneantes, fagotas, españoles, rumanos, latinos. Espacios verdaderamente inclusivos donde todo el mundo es igual. 
Mear, lavarme las manos con esos geles de color verde fosforito o rosa chicle, y seguir con el viaje. 

Fuera, entre los coches aparcados, vi esas pegatinas de monigotes que simulan ser los miembros de la familia del coche. Hay algo pretendidamente inocente y, al mismo tiempo, profundamente siniestro en estas pegatinas. ¿Las venden, por ejemplo, con opción de incluir a dos mamás? ¿Qué haces si tu hija mayor no lleva coletas? 
Las únicas familias que proceden son las que elige uno mismo, nunca las que vienen impuestas y mucho menos por una pegatinas. 

Ya en casa, me crucé con nuestro vecino… 
Tenemos un vecino que es el señor de Up. 
Es tal cual, solo que más exagerado aún. Debe tener unos 85 años, siempre en traje o en camisa con corbata, con su bastón y una cara de mala ostia tremenda, y lo que no es la cara. Un día le salude y gruñó. 
Una tarde, a lo lejos, le vi increpar a un matrimonio latino, levantando el bastón y toso. 
Siempre va solo. Creo que es viudo. Le veo mucho paseando. 
Come de menú en un bar de la zona. Una vez le vi que para leer la carta sacó una lupa, como de detective Sherlock Holmes. No debe ver tres en un burro. Posiblemente tampoco oye y no me escuchó saludarle. O sí me escuchó y pensó “jodido maricón”, porque, claro, este señor posiblemente más que de Vox sea de la Falange misma. 
Al verle pienso que quizá no quiere hablar con nadie más ni ser simpático con nadie porque ya no está su mujer. 
Luego pienso que ese señor posiblemente podría ser Jaime, mi chico, de mayor, cuando yo ya no esté en este mundo. 
Pensar que ese señor pudiese ser Jaime inunda mi corazón de un fluido doloroso. Pensar que una vez tuvimos nuestra vida, nuestras vacaciones y ahora es un señor solo, malumorado, que no quiere saber nada de nadie porque sabe que todo es volátil y pasajero. 
Abro la puerta al señor y ni me mira a la cara. 
Y muy bien que hace. 

Fuimos al cine a ver Bitelchús Bitelchús
Estuvimos a punto de no verla. 
Ya hemos asistido a varios comebacks inertes, por no decir lamentables y que jamás debieron darse, como Sarah Connor en Terminator, Matrix. 
Ver comebacks fallidos me frustra. También los he visto buenos, como del de Jamie Lee Curtis en Halloween. El caso es que las críticas del Festival de Venecia no ponían nada mal la vuelta de Bitelchús, así que nos animamos. Además habíamos vuelto a ver la original hace poco. 
Fue un placer ver como Tim Burton se reconciliaba consigo mismo volviendo al humor, a la artesanalidad y a la sanísima desmitificación de la muerte en una fiesta reunión, que, siendo nostálgica, logra ser fresca y efervescente. 
Una secuela que no es una película, sino entrar en una enérgica y alegre atracción de Bitelchús de la que no quieres bajar. 
Es cierto que la película tiene un exceso de subtramas que entorpecen el relato, cuando la original era una película mucho más sencilla, pero el espíritu está. 
La película más divertida de Tim Burton desde Sombras tenebrosas y la mejor desde Charlie y la fábrica de chocolate, que tampoco es que fuese su mejor película (su mejor película es Ed Wood, seguida Eduardo Manostijeras y Batman Vuelve). 
Bitelchús Bitelchús ha arrasado en taquilla, de lo cuál me alegro mucho, por Winona y por Catherine O’Hara. 
El espectador sigue con ellas. 

Vimos el tráiler de La pareja perfecta, una nueva serie de Netflix con Nicole Kidman y yo todo lo que hace la coprotagonista de Prácticamente Magia lo tengo que ver porque su sola presencia y su aura de estrella clásica de Hollywood causa en mi fascinación. 
Nos pusimos la serie y un bodrio. 
No es la primera vez que Nicole Kidman fracasa en su intento de hacer un The White Lotus. Ya lo hizo con Nine Perfect Strangers también con resultados lamentables. 
La pareja perfecta es garrafón de The White Lotus, pero también de Big Little Lies. 
Mira qué está Isabelle Adjani y Meghan Fahy, pero ni a eso nos podemos agarrar. Todo es mediocre, mal escrito, mal dirigido, con personaje planos, situaciones desperdiciadas. 
Estoy aburrido de la crítica a la burguesía. 
Next. 

La batalla entre Broncano y Pablo Motos ha pasado a ser un conflicto político, de estado. 
Puede parecer que son solo dos programas de televisión, pero son mucho más que eso. 
El Hormiguero era un programa blanco, un late night para niños, que con el tiempo y en respuesta a las críticas feministas ante el trasnochado humor sexista de su conductor, se politizó convirtiéndose en propaganda de la derecha contra el gobierno. 
Broncano es la alternativa a esa mezquina propaganda populista. 
Ayer vi su estreno. Un programa que no está hecho para mi, desde luego. No soy hetero. Del mismo modo que Ni que fueramos shhhh es un programa que un hetero no pilla. Yo sí pillo el humor de Broncano, por supuesto, pero no me motiva. La Revuelta es para la chavalada heteronormativa GenZ, pero me pareció un formato, idéntico al de La Resistencia, con una naturalidad y un absurdo efervescente. 
El arranque fue fresco y ácido. 
Ha sido un éxito de audiencia y continuará subiendo. 
El target entre 16 y 25 años se va a pasar a Broncano. 
Aunque en access prime time lo que debería haber es Pijas Marrones. Eso es así.