Tuesday, July 30, 2024

EL GORRIÓN

En el Carrefour de al lado de mi casa se ha colado un gorrión y no sabe salir.  
Una preocupación más en mi vida. De hecho, de las pocas preocupaciones que tengo. ¿Logrará salir el gorrión? ¿dónde duerme? ¿consigue algo de comer en Carrefour? ¿qué bebe? 
El pensamiento del gorrión, su existencia, me persigue por las calles, hasta mi casa. Intento no pensar en él, mirar para otro lado para no sufrir, ponerme a Charli XCX en los cascos, verme un capítulo de Big Boys, pero su situación me obsesiona y me hace sufrir. Trato de no implicarme, pero una pena fina y aguda pellizca mi corazón. 
Es solo un gorrión, ¿no? Obviamente no; es la inocencia y la vulnerabilidad absoluta, sola, en medio de una realidad que se le escapa y que es culpa nuestra. 

 El gorrión pulula por los pasillos de las cervezas y en el pasillo de detrás, el de los productos de limpieza. Trata de habituarse a una nueva realidad. Cuando alguien se acerca se esconde raudo bajo de los estantes, donde nadie puede alcanzarle. 
Hace bien en desconfiar del ser humano. 
A veces pía y sale al pasillo. El otro día rompí una bolsa de comida para pájaros y le lancé alpiste debajo de los estantes para que comiese. 
Sabiendo que había comido me fui a casa más tranquilo, pensando en las tradwives. 

 Ese movimiento o sub-tribu urbana que se muestra inocente e ingenuo, como si ser tradwife fuese como ser otaku o gothic lolita, cuando es puro cinismo conservador y ultra católico, exportado de la América profunda, para hacerle contra-tendencia al la cuarta ola feminista desde TikTok. 
Solo se puede ser tradwife si eres gay. 
Desde la ironía queer, ser tradwife es un morbo sexual.  
Desde la cisheteronormatividad es fascismo. 

 Hablando de neo-fascismo… El conservadurismo ha puesto el grito en el cielo con la última cena recreada por drag queens en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. 
La última cena ha sido representada en promociones de la serie Los Soprano, de películas manaders como Los Mercenarios, y nadie veía ahí ninguna herejía. Lo representan drag queens y, qué curioso, es un sacrilegio. 
Homofobia. 
Fin. 
Para empezar, La última cena está pintada por un maricón: Leonardo Da Vinci. Para continuar, La última cena está para cagarse en ella. Ya no por ser iconoclasta, que hay que serlo siempre, sino por simple desprecio a la religión, al enorme daño que esta le ha hecho a la sociedad y a lo que representa. 
Ya está bien del inepto lugar común del “hay que respetar la religión de cada cuál y aceptar las creencias de cada uno”. No. No hay que respetar ninguna religión. Es como pedir respeto por creer en el Yeti, ridículo, con una salvedad: creer en el Yeti no hace daño a nadie, pero las religiones sí. 
Las religiones son debilidad y muerte. 

 Freud, en su ensayo El malestar en la cultura, escribe: “La religión impone a todos su camino para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica consiste en reducir el valor de la vida y deformar de manera delirante la imagen del mundo real, para lo que se requiere la intimidación de la inteligencia. A ese precio, a través de la fijación violenta de un infantilismo psíquico y de la participación de un engaño masivo, la religión logra evitar a muchas personas la neurosis individual. Pero el sufrimiento llega en forma de los “designios insondables de Dios” y al creyente solo le queda la sumisión y la aceptación de dicho sufrimiento y si está dispuesto a aceptarlo, probablemente podría haberse ahorrado el rodeo”. 
Bravo. 

 Ya ha empezado El diario de Jorge Javier y es muy tardes de verano, al subir de la pisci, con el aire acondicionado. 
Muy de rodajas de sandía y Nespresso de coco. 
JJV arrancó el programa nervioso, tenso, poco natural. Poco a poco fue cogiendo el ritmo y el humor de ese formato Diario de Patricia consistente en descubrir personajes cotidianos y pintorescos. 
La excepcionalidad de la vulgaridad. 
El programa resultó entretenido y bonito, con abuelas golfas, hijos queer con madres modernas, toxicidad, pureza de espíritu. Muy variado, como España. Deberán esforzarse mucho en el casting de gente de la calle para lograr hacer el programa viral. Será complicado pues, en la era pre-redes sociales, curiosamente era más fácil encontrar gente auténtica y genuina, única. 
Las redes sociales han hecho que la gente cada vez se parezca más entre sí. 
Han sido la gentrificación del ser humano. 
Pero alguien quedará aún al margen de todo esto. 

Alguien quedará por descubrir. El diario de Jorge Javier me reconcilia con España, mientras, fuera, ocurre esa otra España, siniestra; la de la fachosfera intentando torpemente acabar con la democracia tumbando un gobierno democrático a base de falsas imputaciones, buscando vídeos del presidente siendo juzgado por no-delitos, con el fin de erosionar su imagen y su persona. Unas imputaciones basadas en bulos y falsos indicios que comenzaron justo antes de las elecciones europeas, por si acaso lograban afectar al resultado. 
El lawfare que no cesa. 
De este modo, el juez Peinado, que es un ser deplorable, como el cochero de Drácula, como el señor Burns de Los Simpson, se presenta en la Moncloa para grabar a Pedro Sánchez declarando por algo por lo que no tiene que declarar, pero le sale el tiro por la culata y sale de ahí con una querella del presidente del gobierno por prevaricación. 
Don’t play with the player. 
Una vez más, la brillantez de Pedro Sánchez (¿quién le asesora?). Por un lado, el sentido común, pues no se puede tolerar el lawfare y hay que combatirlo en los tribunales siempre. También la sagacidad de Pedro Sánchez dando golpes maestros y giros de timón y, por otro, la torpeza de la derecha, que no se da cuenta de que todos esos burdos tejemanejes tan solo benefician a la izquierda. 

El gorrión al menos estará fresco en Carrefour. Espero que encuentre su rinconcito cuando apaguen las luces del supermercado.

Sunday, July 28, 2024

JJOO PARÍS 2024

Amo los juegos olímpicos, pese a que aborrezco la competición y el deporte. Pero los JJOO con verano, siestas con la gimnasia rítmica de fondo, el azul de las piscina, saltos en trampolín de videoclip de Kylie, lanzamiento de discos, mi padre mientras yo me bajaba a la playa… 

 Los atletas están que fuman en pipa porque en la villa olímpica donde se hospedan en París la organización ha bloqueado Grindr y no pueden darse por culo. Homofobia. En teoría es para que estén concentrados en sus saltos y en sus piruetas, pero a las heteras no las quitan el Tinder, claro. 
Arrancó la ceremonia de inauguración de los JJOO de París 2024 con una energía luminosa, pese a la lluvia, que impregnó toda la gala: la energía vitalista de haber frenado a la extrema derecha. 

Una gala inesperadamente trash, como dirigida por Jose Luis Moreno, con barcos recorriendo el Sena, cada barco un país participante, con barcos gigantes como el de ese país enfermo que es Estados Unidos, al lado de barquitos de países pobres que parecían que iban en narcolanchas de Cádiz. 
El barco de Palestina solo llevaba 15 atletas porque Israel ha matado a 342 deportistas en los últimos meses. Con los siniestros aplausos, aún resonando, de los republicanos en el Congreso de USA al genocida Netanyahu. 
Aplausos que perseguirán a la historia de los Estados Unidos durante décadas.

 Durante los numeritos de la gala, algunos algo deslucidos pero que integraban con amor a la ciudad de París es la puesta en escena, salió María Antonieta decapitada, que me encantó, ahí estuvo fino Macron. Salió Lady Gaga haciendo un show muy Folies Bergere con plumas de Dior, un show que ha traído cierta polémica porque estaba grabado. Polémica que no entiendo, ni me va, ni me viene. ¿Qué más da que sea todo grabado? Tipo programa de Nochevieja. Me parece fenomenal. 

Hubo un desfile de moda feísimo, como de la Sálvame Fashion Week, actuaciones raveras al lado de otras bastante surrealistas, como una de un cantante pintado de de azul que salía como si fuese un cochinillo en un plato. 
Apareció el Fantasma de la Ópera que parecía el de Assasins Creed, un caballo metálico cabalgando las aguas, Rafa Nadal con pelo como de señor putero del PP, Felipe y Letizia adorables haciéndose selfies y Letizia levantando el puño porque es nuestra Reina Roja, un peligrosísimo globo aerostático lleno de fuego que daba miedo verlo por si incendiaba otra vez Notre Dame y el gran colofón en la preciosa Torre Eiffel: Celine Dion...  

Celine Dion. Menuda jugada maestra. Pero… ¿no estaba enferma perdiendo la voz en un documental melodrama de Prime? Ahora de pronto reaparece, cómo nos gusta una reaparición, con un chorro de voz monumental. 
Celine Dion es la folclórica que nos falta en España; todo teatro, hipérbole, exageración, llanto, altivez, foco y lentejuela. Su actuación en la gala inaugural de París 2024 es sin duda apoteósica, pero no hubiese causado ni la mitad de su impacto de no haber dado lugar el documental previo que mostraba una supuesta decadencia de la artista, un documental que casi la beatificaba para ahora, en la gala de los JJOO elevarse a los cielos de la divinidades. 
Brutal. 

 Camino de casa de Olivia y Álex, que Álex preparaba una paella de las suyas, deliciosas, veíamos carteles de la película de Deadpool con Lobezno. Una película para cracks, fieras y máquinas. Para manaders de crytoeconomía, burpees y morbo entre gymbros. 
Una película para Llados. 
También vimos anuncios en las calles de las hamburguesas que Dabiz Muñoz ha hecho para Burger King, las King Muñoz. Me niego a probarlas por principios. Amo Burger King, tan cani, tan swagger, tan pokero. Burger King es barrio, menas, a la parrilla, King Ahorro y por encima de todo es Whopper. Aún así sabéis que soy más de McDonalds, pese a que haya pasado de la fantasía infantil al estilo nórdico. Pero Dabiz Muñoz es Caños de Meca, la catetada del concepto fusión, Marvel, El señor de los anillos y Star Wars. 

 Llegamos a casa de Oli y Álex con un vinito blanco espumoso, que con el calorazo apetece más. Álex estaba en el jardín delantero preparando la paella, como estos padres americanos que están con la barbacoa. ¡Oli ahora es rubia! Ahí estaban Greta y Bruno y nos contaron, ilusionadísimos, su viaje a Disneyworld y a Universal en Orlando. 
Es el único viaje que merece la pena repetir. 
Seis parques, seis días sin ninguna preocupación más que vivir en una disociación real. 
Una disociación que se puede tocar. 
Oli, Alex, Bruno y Greta estaban en Madrid, pero aún seguían en ese paraíso inexplicable. Al volver de Orlando nunca sabes si lo que has vivido es real o si lo has soñado. 
Los parques de Disney son parques para nosotros, para los eternos niños perdidos. 
La gente amargada y acomplejada que critica a los Disney adults o a los Harry Potter adults no se dan cuenta de que serlo es precisamente todo lo contrario de ver la Eurocopa gritando “Gibraltar es español”. Disney es escapar de todo eso. 
Nosotros queremos volver el año que viene o el próximo, que ya estará abierto Epic Universe, un nuevo parque que tendrá Super Mario Bros Land y toda una zona dedicada a los monstruos clásicos de la Universal. 
Entre los souvenirs que habían comprado había un llavero de Hello Kitty crossover con E.T., unas Coca Colas como si fueran de otra galaxia. 

La paellas de Álex cada día están más ricas. Nos metimos en la piscina mientras Alex hacía la sobremesa viendo los Juegos Olímpicos. Greta me preguntó por pelis de miedo, que tiene un grupo de Whatsapp de cine de terror con un amigo y me decía que no le dijese pelis de terror para niños, que ya habían visto en cine Immaculate y ya podían verlo todo. 

 En casa nos hicimos una palomitas y nos pusimos a ver Hit Man, con el chico de moda, Glen Powell (Twisters, Top Gun, Scream Queens). No os podéis perder semejante obra maestra. La publicidad de la película, el cartel, tiene un tufo a película canallita Guy Ritchie que tira para atrás, pero nada más alejado de la realidad. 
Lo que comienza como una comedia heteruza de mamoneo, enseguida se va revelando como un brillante guión sobre el constructo identitario, sobre el ser humano en manos del azar. Una comedia, que se convierte en historia de amor, en cine negro amoral y adulto. Muy aguda, llena de giros y con un final… Maravillosa. 
Glen Powell, magnífico actor, como ya sabíamos. Es la estrella del momento. A él se une Adria Arjona, una actriz magnética, magnífica, que al parecer la han sacado de Narcos y de Andor. Todo un descubrimiento. Llena la pantalla con su inventiva gestual, con su talento y con su enorme química con Powell, que es la viva resurrección del espíritu de Errol Flynn, cuyo fantasma vagaba por las colinas de Hollywood hasta que ha encontrado un cuerpo en el que reencarnarse.

Friday, July 26, 2024

UN RATO MÁS

Desayunando con mi chico, en nuestra terraza, unas napolitanas de chocolate del CostCo recién sacadas del horno, con Oni y Frou Frou esperando a que nos levantásemos para tomar ellos posesión de las sillas y así poder escudriñar a los pájaros en los árboles, Jaime me contó que aunque creíamos vivir en el capitalismo este ya había acabado y ahora estábamos viviendo en el tecnofeudalismo. 

En el tecnofeudalismo, trabajamos para los señores feudales dueños de la tecnología y de plataformas como Amazon. Jeff Bezos, señor feudal, tecnofeudal, se lleva el treinta por ciento de todo lo que se vende en Amazon sin hacer nada, solo poniendo la plataforma, sin participar en ninguna cadena de producción. Yo creo el tecnofeudalismo sigue siendo capitalismo, un capitalismo evolucionado o, mejor dicho, involucionado, pero capitalismo al fin y al cabo. 

Bajé al chino a por un Monster para antes de entrenar. Mi pre-entreno. Esta vez cogí uno de color morado cuyo sabor me recordó al olor de las muñecas de Tarta de Fresa. Al principio me daba cierto apuro que la gente me viese con el Monster por la calle, pensaba que me veían como si fuese un fiestero yonqui que viene de after, o un desubicado que se cree teen. Pero en realidad yo creo que me ven más como al típico flipado crossfitero que va al gym y, además, a la gente se la suda que bebas Monster o mosto y a mi me da más igual todavía lo que piense gente que vota a Se acabó la fiesta. 

Yendo hacia el gimnasio, temprano, a eso de las nueve de la mañana, ya hacía calor. No quería ni imaginarme cómo sería el ambiente en la calle a las dos de la tarde. 
Con mis cascos escuchando el Espresso de Sabrina Carpenter, a Chappel Roan. Últimamente me ha dado por escuchar a Pérez Prado, que a mi padre le encantaba. El mambo es cubano, pero es un sonido que, curiosamente, define muy bien Madrid. El ritmo de la ciudad. 
El gimnasio estaba lleno de manaders Carvajal de Gibraltar es español (de verdad, ¿quién quiere ese peñón?), bitcoins, Boxeur de Rues, burpees, Agongym y “ahora para follar va a haber que hacerlas firmar un contrato”. 
Yo entreno a lo mío, como si fuese Nicole Kidman. 

Entre que Instagram no me permite subir stories, que ha terminado la temporada de Pijas Marrones (por supuesto volveremos en septiembre con la sexta temporada) y que Ni que fuéramos Shhh se va de vacaciones también, vais a tener que volver a terapia y a la medicación. 
Verano 2024. Un verano intenso. 

Más de cuarenta árboles marcados para ser talados por el siniestro y patético Ayuntamiento de Madrid de Almeida, en la plaza de Santa Ana, la plaza del hotel de los toreros, la plaza del Café Berlín. Ya ha habido manifestaciones contra semejante arboricidio. Según el Ayuntamiento se trata de la construcción de un parking en beneficio del vecindario (un parking, por supuesto, de gestión privada, a saber a quién le habrán dado la licencia, pero que costará 46 millones de euros de dinero público). Los pocos vecinos que quedan en la plaza, pues ahí ya casi todo son pisos turísticos, están en contra, obviamente. 
¿Cómo se puede permitir la tala de 47 árboles para hacer un parking y llenar la plaza de más mesas para las terrazas? 
La vida de un árbol vale más que la vida de 100 personas. 
En mi dictadura las calles estarían cubiertas por las sombras de los árboles. 
¿Por qué hay gente que odia a los árboles? Se odia a los árboles como cuando se odia el progreso; cuando crees que tu tiempo ya pasó y que el mundo no cuenta contigo. Pero la gente que odia a los árboles también, y sobre todo, es gente que se siente insignificante, incapaces de aceptar que lo son y que se niegan a aceptar que un árbol viva más que ellos. 

Cogimos nuestro coche nuevo para ir al hospital Vithas, en Aravaca, que operaban a una amiga e íbamos a llevarla una flores muy Virgina Woolf por sorpresa. Aparcamos fuera, enfrente de Barra, el bar donde quedan Terelu, Rociito y Potota para tomar cañas. Al lado está el Bamboleo, una terraza llena de cayetanos y cayetanas anti-abortistas con unas pintas, unos pelos, unos tonos kaki, unas alpargatas y unas perlas que de rancio resulta esperpéntico. Todo muy Taburete, pulsera de la Virgen del Carmen, cara irritada por el retinol y zapatillas Veja. 
Entrando en el Vithas, un hospital hotelito, como de Mujeres Desesperadas, muy americano, me acordé de que había fallecido Teresa Gimpera, tan guapa, con tanta clase, tan gauche divine catalana. Historia del cine español gracias a una de las películas más magníficas jamás rodadas: El espíritu de la colmena de Víctor Erice. 
Vi esa película siendo niño y siempre me persigue. La entendí de adulto. 

Estuvimos un rato con nuestra amiga, con su madre y con su novio. La hacíamos reír y casi se la saltaban los puntos de la risa, así que nos fuimos para dejarla descansar. De pronto el hospital me pareció como un hospital de broma. Como si fingiese ser un hospital pero no lo fuese. Como cuando hacen una cámara oculta e improvisan un hospital. 

Ni que fuéramos Shhhh se va de vacaciones. Yo creo que deberían haber seguido con el programa desde las playas de España, en sets improvisados en plena arena, con el mar de fondo y todas las señoras y las fagotas como locas. Echo de menos esos programas veraniegos del Telecinco de los 90: Desde Palma con amor, Uno para todas, Bellezas al agua... Y echaré de menos Ni que fuéramos y esos impagables momentos durante la publicidad en Ten, que se podían ver en los directos de YouTube, con ellos merendando Rodilla y relajándose contando intimidades mientras Escaleto les sonsacaba. 
Lo mejor de la televisión reciente. 
El programa que desafió a los canales convencionales, troleando a Telecinco desde un piso alquilado enfrente de la cadena. El punk, el resurgir de las cenizas cual Ave Fenix. Como presenciar un bombardeo, en el que se daba a todos por muertos y ver salir de entre los escombros a todos vivos, más fuertes y más dignos que antes del ataque. 

Cuenta la rumorología fagota que Beyoncé y Taylor Swift, la negra y la blanca, traman dar un concierto juntas en apoyo a la candidatura de Kamala Harris como presidenta de los Estados Unidos de América. Si esto finalmente ocurre, gana. Puede ser un concierto altamente icónico, como altamente icónica es la imagen de Salma Hayek alzando la antorcha olímpica de los Juegos Olímpicos de París 2024. Más que icónica me atrevería a decir mitológica. Pertenece directamente al olimpo de las diosas. 

Mucho desayunar hablando del tecnofeudalismo, pero tuve que bajar a la garita del conserje porque Amazon nos había dejado ahí un cojín masajeador de lumbares para el coche. 
Estaba fresquito en casa con el aire acondicionado y fue bajar y sentir un golpe de calor asfixiante y a la vez placentero. Un calor radical y distópico, como de Mad Max Fury Road, como de Furiosa. 
Esa tarde-noche Vero y Popote nos habían invitado a su casa, de enorme terraza-jardín, pero les llamé para decirles que viniesen a nuestra casa con el aire, que ni siquiera al caer el día se podía estar en una terraza.
Vinieron y pedimos McDonalds. 
Vero era mi amiguita de la urba de cuando teníamos siete años. Jugando a Splash, la película con Daryl Hannah, intenté hacerla una cola de sirena de papel albal, pero claro, se rompía. Nos tirábamos en la piscina desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde. Y luego a jugar por la urba, al rescate, a patinar, con patines o skate, en los columpios neumático. Nuestras madres nos tiraban un bocata de filete por la ventana. Y cuando ya era tarde nos llamaban, a cada niño con un silbato diferente, para saber quién tenía que subir. Y gritábamos “un rato más”. 
Cuando murió mi madre todo aquello se rompió en mil pedazos. 
Pero qué alegría volver a comerme una hamburguesa con mi amiga Vero. 
La que conoció al Popy niño.

Wednesday, July 24, 2024

TAB Y FLASH

Verano en la piscina, con Bajo el signo de Saturno de Susan Sontag, una de mis educadoras. 
Amo el cloro, tan limpio, tan desinfectante, ese aroma de niñez que deja en la piel. 
Los niños, hijos de paletos de Vox, salpicando, tirándose a bomba, me recuerdan a los frescos sonidos de la piscina de mi infancia, en la urba Siete Picos, con mi sagrada madre untada en crema de zanahoria, pidiéndome que fuese a la panadería a por una lata de Tab para ella y que con las vueltas comprase un Flash para mi. Ese líquido majar que se quedaba al final. 
Un año tuve una colchoneta que era una boca, unos labios, como de anuncio de desodorante Fá de los ochenta, como de luz y sombras rayadas por los estores, neón y copa de Martini. Los niños de la urbanización, ya vulgares y sentenciados, al ver la colchoneta se quedaban bizcos. 
Veranos eternos, divertidos, sexys, humillantes, que se grababan a fuego.  

Biden, el presidente walking dead, el muerto viviente (recuerdo aquella escalofriante escena de Suspiria, de mi adorado Dario Argento, en la que sale la amiga del armario diciendo “soy la muerte viviente”), se retira como María Teresa Campos tras su entrevista a Ayuso en la furgoneta Campos Móvil. 
Trump se lo olía y por eso pidió a la CIA que hiciesen el paripé del francotirador. O me divierte más pensar que fue así. 
Se va a poner Kamala, que es una negra Oreo. Yo, experto en política estadounidense, solo porque me he criado viendo E.T. y Sensación de vivir, creo que es un gran error que se presente ella. Está quemada y desprende una energía poco de fiar. ¿Por qué no nos fiamos de Kamala Harris? ¿no será por pura misoginia? ¿O será racismo y nos fiaríamos más de ella si fuese rubia y blanca como Meryl Streep? Quiero pensar que no. De Octavia Spencer sí me fiaría, y es mujer y es negra. Pero Kamala me da a mi que no es trigo limpio. 

Quedé con Mario Canal en la plaza de Tirso de Molina. Esa plaza que cuando fui a ella a vivir, en 1996, estaba llena de borrachos y de yonquis, naúfragos de la Movida madrileña. 
Han tratado de “rehabilitarla” la plaza mil veces, poniendo puestos de flores de inspiración nórdica, fuentes, instalando bancos. Pero nunca fue posible. Tirso de Molina se resiste a la gentrificación, aún rodeada de airbnbs. Ya no hay yonquis, pero la plaza donde vivía Joaquín Cortés sigue atrayendo a los locos de Madrid, a los desahuciados del sistema. 
Es una plaza acogedora, en los márgenes, con una cálida energía. 

Mario estaba sentado plácidamente en una de las terrazas, tomándose una tónica. Yo venía escuchando el disco de Charli XCX, que es el disco del verano 2024, de la sinvergonzonería y la honestidad, en mis cascos Sony azules de diadema inalámbricos, que me regaló mi novio en mi pasado cumpleaños. El camarero, GenZ, nos puso un mix de frutos secos y dijo “para que tengáis algo que llevaros a la boca”. 
Nos fuimos raudos al precioso Teatro Pavón, en Cascorro, que llegábamos tarde a La Señora. La entrada estaba llena de maricones. Saludamos a Pablo Quijano, el director de la obra y me senté temeroso en el patio de butacas. Cada vez que alguien me invita a ver un corto o a una obra de teatro que ha dirigido me echo a temblar. A la salida siempre tienen los santos cojones de preguntarte qué te ha parecido. He llegado a salir a cuatro patas de obras de teatro para no enfrentarme a dicha pregunta. 
No fue el caso. 

La Señora es una obra arriesgada, intensa, divertida y voluptuosa. Entre el teatro de vanguardia y el teatro comercial, muy bien equilibrada. Una obra que invoca a Genet, descarada, física, visual, exuberante y siempre interesante. Trata diversos temas muy atractivos: la necesidad del aplauso, la maternidad tóxica, la política cultural, el trauma de los niños prodigio, pero para mi lo más interesante es cómo trata las relaciones de poder y la naturalidad con la que muestra el incesto, algo que se ve poco en la ficción contemporánea. 
Y luego está la gran sorpresa: Bibiana Fernández. Imaginaba que no iba a dar pie con bola, pese a ser el gran atractivo de la obra al mismo tiempo, pero resulta que está estupenda, magnética, divertida e imponente. Para una profesional habituada a otro medio, a la televisión, esta obra supone un reto de exigencia extrema. Digna de felicitación. 
Salí del teatro con la cabeza bien alta, sin necesidad de ocultarme. Nos encantó a Mario y a mi. 
Por cierto, hablando de teatro, este año logré comprar entradas finalmente para Robert LePage, para el festival de otoño, que viene con una obra que dura siete horas… No puedo esperar. Robert LePage, con su obra Lipsync, fue la experiencia teatral más increíble que he vivido jamás. 

Mario va a pasar el verano a París, a cuidarle el gato a un ex, pero no va a poder salir a la calle porque son los Juegos Olímpicos y en París, en lugar de llevarlos a polideportivos de extrarradio, los hacen en pleno centro, con la policía pidiendo carnets por si eres un musulmán que planea atentar. Todo comodísimo. 
Aún así siempre es una maravilla ir a París, pues pese a los turistas siempre te puedes encontrar con Brigitte Macron, gran Pija Marrón, con ese pelo tan setentón y esa sarcástica sonrisa. Maravillosa. 

En casa, mi chico y yo empezamos a ver Big Boys en Filmin, una preciosa serie marica británica, algo autocomplaciente, que es algo que las series confesionales contemporáneas tienen prohibido, pero divertida, llena de momentos vergonzantes por ser aún tabú social, y con unos personajes entrañables. 
De todos modos, si os ha gustado Big Boys, la serie que verdaderamente os recomiendo es My Mad Fat Diary. 

Ya hemos terminado la quinta temporada de Pijas Marrones, vuestro podcast favorito. Este año nos fuimos de vacaciones charlando sobre Shannen Doherty, Shelley Duval, la detención de Nacho Cano, la Eurocopa, Raffaella Carrá, el disparo a Trump… 
Lo podéis escuchar en Spotify y en todas las plataformas de podcast. 
Volveremos en septiembre, con fuerzas renovadas. 
Como Susana Griso.

Monday, July 22, 2024

UN LUGAR, UN REFUGIO

Vuelvo a este, mi querido e histórico blog, como quién acude raudo a resguardarse de la tormenta, a salvo. Como quién enciende un faro para que vosotres podáis encontrarme entre la marea. 
Una luz a la que acudir, una guía. 

Como sabéis, Instagram me ha comunicado que por normas que infringen las reglas de la susodicha red social, se disponen a cerrarme la cuenta. He apelado, a ver qué ocurre. 
Por lo pronto, he logrado de alguna manera engañar a Mark y puedo entrar en mi cuenta desde la versión para ordenador. Desde mi móvil no puedo. Por eso me es imposible escribir ni compartir en stories, pues la versión para ordenador no dispone de esta función. 
Desconozco quién me ha podido denunciar. Tengo cientos de haters bloqueados, ha podido ser cualquiera; fans de Poyeya, de Rigoberta, Ana Milán, Los Javis, Esther Hernand, Mario Vaquerizo, Bob Pop, Samantha Vallejo Nájera, Lorena Castell, Carvajal, a saber. Incluso una acumulación de todos ellos. También fuerzas oscuras que operan en la sombra movidos por la rabia y el rencor. 

Estoy desbordado de entrañables mensajes vuestros, de enorme cariño y aflicción, exclamando la injusticia, así como vuestro deseo seguir recibiendo esos mensajes que lanzo como quien lanza un mensaje al mar en una botella. ¿Quién los recibirá?. 

Entre ayer y hoy, también me he dado cuenta de mi necesidad de comunicar, de un modo u otro. A través de stories, de podcasts, de este blog. No importa el medio. 
Que te cierren una cuenta no es el fin del mundo. Hay cosas bastante peores… Pero ayer casi me da un infarto de pensar que podía perder todas las fotos que había subido a Instagram en estos últimos 13 años. Afortunadamente he salvado una selección de las más relevantes para mi. 

Bucear en mi Instagram a través de los años ha sido toda una experiencia removedora. 
El inexorable paso del tiempo, arrasando con todo. Lo efímero, nuestra vulnerabilidad. Mis gatos, nuestros viajes, mi amor. 
Haré álbumes con esas fotos, álbumes que terminarán en mercadillos en el mejor de los casos, seguramente en el container. 
El pasado ya no existe, haremos nuevas fotos hoy. Las fotos que estarán por venir. 

He abierto un grupo de Telegram de Pijas Marrones: https://t.me/pijasmarrones 
Ahí podréis completar el universo de vuestro podcast favorito. 
Y, atención, me he abierto, por fin, un TikTok. @popyblasco 
Osea, Popy Tiktoker. Debería hacer coreos.

Nos hemos comprado un coche. Así de repente. Íbamos a comprar un Mini, pero nos dijeron que para viajar son fatales porque los asientos están muy bajos y te levantas con hernia discal. Y, de pronto, resulta que el padre de Miguel, el novio de Virginia, la hermana de mi chico, vendía su coche porque se iba a comprar uno nuevo. Un Audi Q3 prácticamente a estrenar, sin apenas kilómetros. Un coche de padre del PP. De fagotas cayetanas. 
Tener un buen coche es una paletada. Lo que tiene clase es tener un coche viejo y destartalado, no darle importancia a los coches, pero, nos vino caído del cielo, qué le íbamos a hacer. En realidad me encanta ir en un cochazo. Siento que me lo merezco. Me hace sentir protegido. 
El coche es blanco, obviamente no podíamos elegir color. A mi me gustan los coches de color verde campiña inglesa, pero blanco es muy veraniego, se calienta menos con el sol, es ligeramente macarra y, al parecer, es el color con menor siniestralidad, porque se ve bien. Estoy pensando en ponerle detrás alguna pegatina de Snoopy, de United Colors of Benetton, de Fido Dido… ¿Dónde venden ahora pegatinas? Ya no se encuentran. 
Y estamos como locos comprando complementos para el coche, para hacernos dentro la casita: una manta, un masajeador de lumbares, ambientador con olor a coche nuevo, spray para limpiar tapicería, toallitas de coche, bote de chicles, adaptador para cargar los móviles, cacao para los labios… 
Estoy deseando que llueva para que Jaime me saque lloviendo, y nosotros calentitos y protegiditos en el Audi, con los seguros echados para que ninguna Karen ni ningún facha pueda hacernos nada. 

Comiendo tarrina de helado de Nutella, el helado del verano, viendo a Víctor Sandoval disfrazado de Fiona de Shrek, parodiando a su vez a Terelu, es arte contemporáneo y trash entre Pink Flamingos y Robert Altman. Adoro a Victor Sandoval. Cuando tocas fondo ya solo puedes elevarte. Es el “de perdidos al río”. Aún me estoy recuperando de cómo contó su noche con el fundador de Locomía, en la que este, supuestamente, le obligo a comerle la polla a negros invisibles, imaginarios. La España y las noches de entre semana que interesan, en pisos de Madrid, a persiana bajada. 

 Mientras mi querida Amaia Montero reaparecía, estupendísima y por todo lo alto, en el mutitudinario concierto de Karol G, Katy Perry se cogía un buen pedal del quince dándolo todo en la fiesta Churros de Barcelona, como una guiri más, con todas las fagotas flipando reels en ristre. Katy Perry es demasiado humana. Se ha quedado como una sílfide con el Ozempic. No tanto como Kim Petras, pero casi. Taylor Swift vende más entradas, pero Katy Perry está más flaca. Me temo que no será suficiente para remontar su carrera musical. Pero gracias a Ozempic ya no es la Teresa Rabal americana, ahora es Katy Perry flaca. Las farmaceúticas, ¿se habrán dado cuenta tras el éxito de Ozempic que en lugar investigar curas y tratamientos para enfermedades lo que deben hacer es lanzar medicamentos para estar buena? La vida es muy corta. 
Pero volviendo a la inesperada reaparición de Amaia Montero tras su breakdown, qué bonito es volver. Amaia Montero ha hecho la magia del todo es posible, del nunca es tarde, de las segundas, terceras y cuartas oportunidades. 
Las que hagan falta.