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Sunday, September 22, 2024

EUSEXUA

Compro la Coca Cola Oreo porque es como comprar un pedazo de la América prometida, antes de haber descubierto los muertos en su armario. Una lata con los US de A de los 90 envasados al vacío, con Brandon y Brenda, Pizza Hut, Milli Vanilli, el teléfono Gardfield, Britney, Todo en un día de John Hughes.
Subo a casa, me pongo un vaso con hielos, abro la lata, vierto su contenido y me dispongo a probarla, a hacer la cata. 
Sabe a Oreo. 
Inexplicable y milagrosamente es una Coca Cola que sabe a galleta Oreo. Como de laboratorio de Willy Wonka. Obviamente iba a saber a Oreo, era imposible que el sabor no estuviese conseguido. De haber sido así, esa multinacional siniestra que nos hace soñar no hubiese permitido que ese brebaje hubiese visto alguna vez los estantes de supermercado. 
El sabor de la Coca Cola Oreo, siendo yo más de sabores cítricos en la Coca Cola que de sabores dulces, me reconforta, me hace sentir a salvo, lava mi cerebro, que acaso dudó. 
Ese sabor, ese producto intachable y absurdo, pese a tantas certezas, me reconcilia con el capitalismo. 
Lo siento mucho: soy capitalista. 

Este año los premios Emmy se han repartido con gran acierto y particular tino. Cosa que no suele acontecer con tanta frecuencia. 
Mi reno de peluche se ha llevado todos los premios de miniserie y muy bien llevados. Ha sido una serie realmente rompedora a muchos niveles, sobre todo rompedora de tabúes emocionales en un momento histórico en el que creíamos que ya estaba todo dicho en cuanto a confesiones personales. Premios más que merecidos, pero me chirrió de un modo particular ver al creador de la serie, Richard Gadd, enarbolar de nuevo el tóxico discurso, propio de ególatra borracho de éxito, de “perseguid vuestros sueños, nunca os rindáis”. Como si el que no logra triunfar en Netflix es que no lo ha intentado lo suficiente. Esa lacra. Como si, de hecho, hubiese que perseguir los sueños, o tener sueños, que es una ordinariez enorme. Soñar con triunfar. 
Algo relativamente nuevo pues, los pioneros de Hollywood lo fueron no por perseguir un sueño, sino por salir y por sacar a su familia de la pobreza extrema. 
Richard Gadd, no satisfecho, llega a pronunciar en su discurso que si las cosas te van mal, finalmente irán mejor. De locos. ¿Acaso no sabe, teniendo el mundo que tiene, que hay mucha gente a la que las cosas no le llegan nunca a ir mejor? A su acosadora en la vida real, por ejemplo.

Mi reno de peluche ha sido la mejor miniserie, con premios a su creador y al casting y a Jessica Gunning, magnífica actriz, pero no se ha olvidado a la brillante y hitchconiana Ripley, dándole el premio a mejor dirección. 
Muy bien repartido. 
La mejor serie dramática ha sido Shogun, que yo no la he visto, pero es que las otras nominadas eran un cuadro. La mejor serie de comedia Hacks, también sin rival. Ha habido Emmy para el carisma y el temple de Jeremy Allen White, para la gran diva que es Jean Smart, para Jodie Foster (aunque no hubiese estado tampoco mal Naomi Watts por Capote vs The Swans), Elizabeth Debicki, actriz que me fascina, por hacer de Lady Di… 

Isabel Pantoja le dice a una periodista que se ocupe de España y la madre de Nacho Cano espeta “me escuece España”. 
A mi me escuece España cuando veo, por ejemplo, promociones de Masterchef. 
No hay un programa que me pueda repugnar más. 
Ultra tóxico. 
Me asombra que haya gente capaz de ir con lo que el programa hizo con Verónica Forqué. De personajes zoolander como Pelayo te lo esperas, al fin y al cabo de ha hecho fotos de moda en monumentos a víctimas del holocausto, pero de quién, en teoría uno no se lo espera es de fraudes como Inés Hernand, tan adalid de la salud mental en redes para pillar likes. Luego, eso sí, lo de Verónica Forqué le suda un pie. Todo por el cheque. 
Ese tipo de gente es peor que Vox. 

El padre de Jaime le comentó que había visto de nuevo Cortina Rasgada de Hitchcock y nos entró ganas de verla. 
Nos la pusimos en Movistar. 
Cortina Rasgada es de las películas menos célebres del mago del suspense y, sin embargo, es curioso ver cómo una de sus películas, en teoría (digo en teoría porque es magnífica) más flojas, vale más que todo el cine alemán, quitando a Fassbinder y Fritz Lang. 
La película es fascinante, divertida, tensa. La escena en la cocina de la granja, la del autobús, la del teatro. Una película que ha sido inspiración para Brian De Palma, por supuesto, pero también para David Fincher y para Polanski. 
Paul Newman está fatal, guapísimo, pero ausente. Julie Andrews, en cambio, está impresionante. Es la perfección. Pero quien se queda con la película es Lila Kedrova, una actriz tragicómica que arrampla con todo. 

Estamos viéndonos todos los resúmenes de GH a la hora de la siesta. En GH han eliminado (aunque este año no eliminan a nadie, por ahora) a Oscar, el pijo fagota, no por clasista sino por mete-mierda entre Elsa y Maica. Le han desmontado rapidito. 
Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. 
El caso es que tras la pillada, se han cebado bastante con él; homofobia. 
Elsa, la vasca, es tan homófoba que no sabe que es lesbiana. 
Ella es el verdadero macho alfa de la casa. 
Manu, el dj exgordo, se está agobiando mucho con el terrorismo emocional de Laura, la hija de María José Galera. Es lo que Astrud llamaba una novia instantánea. 
Adri, el boxeador mulato, va detrás de Maica porque quiere que sea su princesita y esta, que quería un pijo, no sabe qué hacer porque claro, el boxeador la pone cachonda, pero no se imagina fuera de la casa con él. 
Amo los modelitos de Vanessa, como de circo. Todo por el espectáculo, siempre. 
O como dicen en La Fábrica de la tele: “remar a favor de obra”. 

Monsters The Lyle and Kyle Menendez Story.
Magistral. 
Ryan Murphy y su brillante guionista Ian Brennan realmente han pillado el punto de cocción del trasvase del true crime a la ficción, de recrear esos momentos que nadie conoce, que solo los asesinos y sus víctimas conocieron cómo fueron. 
Ojalá hagan ellos la serie de Daniel Sancho. 
Pero, aún por encima del guión, brilla con fuerza la dirección, la puesta en escena y el ritmo del director Carl Franklyn, un director de verdadero lujo para lo que viene a ser televisión. 
La historia de estos dos chicos pijos y perfectos de Beverly Hills que matan a tiros a sus padres está contada de un modo original, fascinante, con recreación en los detalles en teoría absurdos que logran crear el retrato robot de sus protagonistas. 
Todo el reparto es excepcional, Javier Bardem, Chloe Sevigny, pero los dos actores jovencísimos que interpretan a los hermanos parricidas, son dos talentos bestiales de la interpretación: Nicholas Alexander Chavez, que es salvaje, apabullante y, aún por encima de él, Cooper Koch, que lleva a cabo un trabajo sutil y descarnado de enorme exigencia dramática y muy arriesgado en el tono. 
Y mención aparte, por supuesto, para Ari Graynor, actriz fuera de serie a la vimos antes en Mrs. America con Cate Blanchett, incluso a las órdenes de mi admirado Todd Solondz en Wiener-Dog.
Una serie sobre la relatividad de la verdad y de la culpabilidad. 
Otro motivo más para no quitarse Netflix. 

A mi chico y a mi últimamente nos ha dado por ver YouTubes de Jessica Kirson, una cómica de stand-up comedy, la manera suave de nombrar a los monólogos, súper hija de puta y muy ocurrente. Se dedica a insultar a su público, a dejarles en ridículo, pero lo hace con un sarcasmo clarividente que saca a la palestra el absurdo de la sociedad contemporánea. 
Un ejercicio en el que ella antepone su propio desastre personal, como si estuviese desnuda. 

Atención. “La crítica” ha puesto a caer de un burro a The Crow, pero este Cuervo ya es de culto. Desde luego que es una película imperfecta, está mal montada y le falta verdadero desgarro emocional y tempo en su tragedia, pero es una película absolutamente contemporánea, Z, romántica y gore. 
FKA Twigs representando a la juventud perdida, Bill Skarsgsrd, el payaso de It, haciendo de Yung Beef. 
Una joya. 

Leo que Galicia es la comunidad de España con más gente mayor de 100 años. Qué horror pensar en todos esos hijos, ya de 75 años, que no han podido disfrutar de la herencia de esas tierras y esos pisos y qué desazón imaginar a esos nietos, ya cincuentones, deseando que sus abuelos doblen servilleta. Una España lúgubre.