Estos días previos a la Navidad. De mis días favoritos del año. Días de excitación, ultimando regalos, envolviendo a escondidas, viendo amigos, desayunando panettone, preparando la Nochebuena, quién va, quién no va, qué hay que llevar, cómo vamos, ¿habrá regalos? La lotería, el Gordo, con toda España unida por el ansia de dinerito para no trabajar, para “tapar agujeros”, las luces, toda la Navidad por delante.
Tu yo niño llamando a la puerta.
Después de un Naomi en mesa japonesa, cogimos el metro en Alvarado, animadísima zona llena de vida, hasta Tribunal para dar una vuelta por el centro y comprarle a Ferdi el juego de mesa de Código Secreto, que era su cumpleaños al día siguiente.
El metro de la línea circular que nos llevó hasta Cuatro Caminos era un metro navideño, con luces navideñas, pero el que cogimos de la línea 1, no sé de dónde venía, pero parecía Viridiana; lleno de yonquis, de gente alcohólica, con una mujer tosiendo tuberculosa y todo muy verdaderamente navideño.
Salimos en Tribunal y yendo por Fuencarral vimos un siniestro Scalpers de pijo canallita y un Blue Banana para su hermano pequeño.
Fuencarral ya no es lo que era.
Recuerdo cuando era la calle más moderna de Madrid, pero claro de eso hace ya treinta años…
Llegamos a Montera, la que fue la calle de las putas de Madrid, ahora con la entrada de metro vintage, tan fea con esa puerta de ascensor, y le dije a mi chico que Paul Mescal, que ha sido destronado por Luigi, vende su ropa por Vinted.
Cruzando Sol, ya sin rastro de señores con chaperos, llegamos hasta la Carrera de San Jerónimo y vimos lo bonito que habían decorado el Lhardy por Navidad. Donde los Cayetanos padres comen el cocido.
Subimos por Preciados y escuchamos a una mujer latina que le decía a su marido “en esta tienda venden ropa linda de hombre”, miramos la tienda y era Sfera, que es la nada, pero me encantó que alguien pensase que esa ropa era linda.
Me agrada y me da tranquilidad que todo, cualquier cosa, funcione para alguien.
Entramos en la Fnac para comprar el Código Secreto y vi el lugar cada vez más cutre, pero siempre resolutivo. Como un coche viejo, una tartana, que sin embargo funciona. Todo lleno de vinilos, que es increíble como el vinilo logró volver a instaurarse. Teens viendo videojuegos, comics, GenX viendo películas…
Bajamos de nuevo a Gran Vía y mi chico me dijo que la Gran Vía ya es es como si a la calle Alcalá del tramo de Ventas a Cuidad Lineal o como si al Bravo Murillo de Cuatro Caminos le hubiesen hecho un upgrade, pero manteniéndose popular y desmadejado.
La gente comprando como si fuesen a cerrar las tiendas en quince minutos, todo el mundo cargado de bolsas por la calle, en la mejor economía del mundo según The Economist.
Parece que lo de “tiempo de rojos, tiempo de hambre y piojos” no era así en absoluto.
La gente me preguntaba por Instagram mi opinión acerca de Los años nuevos. No sabía lo que era, pero intuía que ese título tan absurdo podía corresponder a alguna serie. Lo googleé y me topé con un cartel heteruzo La Latina de lo que venía a ser una serie de Sorogoyen en Movistar.
¿Puede haber algo más alejado de mi? Quizá un partido de futbol del Betis contra el Villareal. Por por ahí, a la par.
Obviamente no he visto, ni voy a ver, esa serie española polla rancia de birra artesanal en Malasaña con bufanda de leer a Bukowski que intenta ligar con incautas invitándolas a la Filmoteca a ver pelis de Truffaut para después emborracharlas y abusar de ellas inconscientes.
Ya solo el cartel de la serie me deprime y me repugna: esa ropa de gente vulgar y acomplejada que pretende ir de culta, esos pelos, esos gestos presuntuosos, ese tipo de hombre machista y resabido, ese tipo de mujer que dice ser feminista pero que luego le come la polla a ese tipo de tío.
No en mi mundo.
Quedé con mi chico en Colón, en la salida del metro que da al Museo de Cera al que tanto me fascinaba ir con mi madre para ver a Frankenstein, a Drácula con la cara proyectada, al Hombre Lobo y las escenificaciones de los crímenes de la calle Fuencarral.
El Museo de cera, ese espacio lúgubre y acogedor.
La misma salida de metro que daba a la desaparecida cafetería Rio Frío, que era una de mis favoritas de Madrid, antes de convertirse en el típico restaurante decorado como todos los restaurantes de gran grupo empresarial de fondo de inversión: dorado con tropicalismos.
Subimos Génova, la calle de la corrupción, y nos metimos por Argensola, con todas las boutiques decoradas preciosas por Navidad, hasta llegar a la galería Casado Santapau, donde nuestra amiga Reyes hacia una venta de sus preciosas joyas.
Ahí coincidimos con Lorena y su hermana, con Laura Ponte, con Lara, que puso el ron Matusalem.
Las joyas de Reyes son como de galerista neoyorquina.
Mientras mi chico se bebía un ron con un refresco rosa, le conté que la prensa facha se refiere al novio del hijo de Urdangarín como “amigo entrañable”, casi en 2025, incapaces de llamar a las cosas por su nombre.
Y llegó el gran día del Especial Navidad en vivo de Pijas Marrones en El Palacio de la Prensa.
La de películas que he visto en ese cine.
Ahí en el Weekend, la sala Bash los domingos, donde hacían el Ohm, me di mis primeros besos con Jaime, mi chico.
Arriba, en el ático, vivía Luis Arias, director de Sybilla, en la casa en la que Almodóvar rodó La Flor de mi secreto, con esa ventana circular que daba a la Fnac de Callao.
Debutar en Gran Vía.
Muy a lo Moncho Borrajo. Muy de show en el Pasapoga o en el Xenon.
Ver el luminoso del Palacio de la prensa con el cartel de Pijas Marrones y mi foto ahí iluminando esa acera que tantas veces he pisado, no ha sido un sueño cumplido porque jamás me ocurriría soñar algo así.
Primero llegó Orojondo, que me traía su ya mítico calendario. Me preguntó si estaba nervioso. Nervioso no, pero sí me sentía con responsabilidad por toda esa gente que había pagado su entrada y que estaba haciendo cola para entrar.
Luego llegó la Crawford, tan cálida siempre.
Nos microfonaron, me puse mi disfraz de Papá Noél y empezamos a escuchar jolgorio desde el pasillo del camerino.
Pusieron la sintonía del podcast, del gran Alfonso Santisteban, y al salir ya todo fue estar en una nube.
Mágico.
Sentimos la vibrante y cómplice energía del público. Sentimos el calor navideño, el milagro de la Navidad.
Fue una terapia navideña y a la vez un espacio de protección…
Greta estuvo maravillosa.
El show se me pasó como una verdadera exhalación.
Cuando sonó la campanita del final, no me lo podía creer.
La mejor manera de empezar la Navidad.
Después del show, los oyentes se me acercaban muy cariñosos. Algunos me trajeron regalos. Me alegró enormemente ver que se lo habían pasado bien, que habían disfrutado.
Tenía un hambre bárbaro.
Salimos al Five Guys.
Durante el podcast hablamos de mil historias: Luigi, de belenes, de Nosferatu, de odiar la navidad, de efemérides, películas navideñas, Marisa Paredes, el discurso del Rey…
Tras la fiebre en redes por Luigi, no tardaron en salir las voces heterosexuales guardianes de la moral alertando de que defender a Luigi es hacer apología de la violencia y del asesinato, añadiendo que el único motivo por el que encumbramos a este chico es por ser guapo, como signo de lo “enferma” que está la sociedad.
Una sociedad enferma no es una sociedad que crea ídolos por su belleza; una sociedad enferma es una sociedad en la que el poder económico está por encima de las personas.
Y hay veces, muchas, a lo largo de la historia, en las que ese poder económico se ha reído tanto de la gente que la única salida ha sido la violencia extrema.
Hacer memes de Luigi no es frívolo: frívolo y cínico es dar a entender que lo amoral es estar a favor de Luigi, cuando lo amoral y frívolo es ignorar los verdaderos motivos que subyacen.
Pero, sobre todo, el principal motivo por el que encumbramos a Luigi es porque somos maricones.
El gay audacity.
La cultura gay, afortunadamente, nada tiene que ver con la cultura heteronormativa. La sociedad jamás nos ha tomado en serio y nosotros nunca nos vamos a tomar en serio a la sociedad.
No le debemos nada.
Le ponemos un dildo a la foto de Luigi y nos lo metemos por el culo, porque no somos familias que van los domingos a misa.
El sarcasmo y la ironía, más que interiorizadas, forman parte de nuestro ADN.
Hemos sobrevivido al patio del recreo a base de ironía y sarcasmo.
Ese mediocre sentido común del “es que ese chico ha matado a un hombre y debe entrar en prisión”, que lo ejerzan los que jugaban al futbol en el recreo, nunca nosotros.
Mariah Carey le firmaba una teta a Rihanna.
Colisión de iconos.
Dos perras mordaces.
Mientras, daba lugar la capilla ardiente de Marisa Paredes, ese impactante físico de gran diva de la escena con consciencia de clase.
Qué últimos años activistas y gloriosos.
Qué buen sabor deja y más allá su eterna presencia en Tras el cristal, Entre Tinieblas, Las bicicletas son para el verano, Tacones Lejanos, La flor de mi secreto, Todo sobre mi madre, La piel que habito…
Raphael, grabando La Revuelta, casi nos da un susto eclipsando a La Paredes. Menos mal que el zapatazo no llegó a mayores.
Ojalá verle otra Nochebuena rugiendo frente a Mónica Naranjo.
Jaime preparó hamburguesas food porn para ver la final de Gran Hermano, una final violentísima, encendida y cargada de pullas.
Menos mal que ganó Juan.
Su victoria es la victoria de Maica y de las fresis, impidiendo que ganasen quienes la vilipendiaron para echarla del programa.
Ahora todos ellos se vuelven a sus pueblos mientras que Maica entra de nuevo en la casa para brillar en GH Dúo.
En Ni que fuéramos veo, estupefacto, las declaraciones de Macarena Gómez y de su novio soplapollas en relación a las denuncias de abusos en redes sociales y a la exposición de agresores famosos de la industria del cine.
El novio, diciendo que hay que ir a la policía a denunciar, que las redes sociales no valen. No cae en pequeños detalles sin importancia como que muchas chicas no denuncian por no pasar por el trámite del cuestionamiento o por algo tan sencillo como no poder pagar un proceso judicial.
Tampoco cae en que muchas veces no se denuncia porque no se sabe si lo ocurrido está tipificado como delito, pues la línea del abuso, legalmente, puede ser muy difusa, lo que no quiere decir que este no haya ocurrido.
Y luego ella, Macarena Gómez, que como actriz es única y espero que como persona también.
Simplemente deleznable.
Mala persona.
Espetando que muchos hombres se sienten perseguidos y que estas chicas que exponen en redes están acabando con muchas carreras.
¿Algo más peligroso que el patriarcado? Las mujeres colaboracionistas que lo justifican.
No sabía que ahora los padres se disfrazan de elfos para performar delante de sus hijos. Es una realidad muy lejana a la mía.
Imagino que será una tradición surgida del spot navideño de El Corte Inglés de hace unos años.
De todos modos, me parece fenomenal por varios motivos: es una performance pagana, pone al hombre heterosexual en una situación ridícula donde desaparece la masculinidad y mientras estén haciendo esto no están adoctrinando a sus hijos en el odio.