Llega el verano y hay gente que veranea en su pueblo. Yo, como soy madrileño y mis padres eran de Madrid, nunca he tenido pueblo. Tal vez por eso romantizo la idea de lo que debe ser veranear lugares así.
Debe ser aburrido, bonito e interesante.
Me lo imagino de día con señoras entre Carmen Gahona y Chus Lampreave y también como una mezcla entre Twin Peaks a pleno sol, con gente loca y misterio nocturno y Jamón Jamón, con esa sensualidad de feria macarra.
Así es como me lo imagino yo.
Atención, apuntad en vuestras agendas.
Este viernes 27, a las 18:30, en Atom Comics, calle Madera 1, estaré en un coloquio al lado de Alberto Rey y Carla Berrocal hablando sobre el recuerdo de los cómics de los 80 y los 90 siendo un niño marica.
Y el martes 1 de julio, directo de Pijas Marrones, entrada libre, patrocinado por Aquarius. Especial Verano y fin de temporada. Será en el Garaje Aquarius, en Larra 14, y el martes os diré en mis redes sociales cómo descargar la entrada.
Vi que la gente comenzaba a compartir imágenes de Brian Wilson y de los Beach Boys. Obviamente había muerto.
Siendo niño y adolescente amaba a los Beach Boys porque eran el verano mismo. Un verano idealizado, imaginario, que nunca vivimos, de parejas en descapotables en auto-cines, tablas de surf y camareras en patines llevando batidos de fresa. De una América inocente. Hablar por teléfono de noche a escondidas y escaparte por la ventana de tu habitación para irte con tu novio en moto.
Las canciones de los Beach Boys transmitían ese espíritu, el de un verano que valía lo que una vida entera.
Mi chico y yo llegamos a Chamartín, que teníamos un tren a Valencia, para hacer el directo de Pijas Marrones, que era mi primer live fuera de Madrid.
Me hacía mucha ilusión encontrarme con mi público valenciano.
La estación de Chamartín parece una estación tercermundista de un país en guerra.
Es profundamente deprimente. Eso sí, la mezcla de gente te hace olvidar la pena; siniestras familias americanas mormonas, mochileros perroflautas, familias orientales modernísimas, gente humilde, gente que debería ser humilde pero que es de vox...
Amo Ouigo, pero nuestro tren era Iryo.
Nunca había estado en uno.
Los asientos son como de polipiel eskai marrón, muy desagradables. A mi me gustan de tapicería.
La cafetería no estaba mal y daban patatas fritas de churrería.
En nada estábamos en Valencia.
Fue abrirse las compuertas del tren y recibir una hostia de humedad, como si entrásemos en una sauna.
Teníamos mesa en Borja Azpicua, restaurante que nos había recomendado Fer y decidimos ir dando un paseo por Marqués de Turia, que es una calle preciosa y señorial.
Valencia es una ciudad estupenda.
En el restaurante no había guiris, solo gente valenciana: tetes militares de Vox, una madre con su hijo, señores sin sus esposas.
Nos atendió un camarero fagota divino y nos pusieron una paella valenciana realmente espectacular.
El alioli también fue de los mejores que he probado.
Muy amarillo.
Ahí estuvimos comentando todo el jaleo del PSOE.
Si mañana hubiese elecciones volvería a votarles.
Han reaccionado con rapidez frente a la corrupción (mientras otros partidos niegan su propia corrupción e incluso esconden ordenadores de sus sedes cuando viene un registro policial) y la alternativa al PSOE es que venga el PP pactando con la extrema derecha.
La izquierda debe regenerarse, deben aparecer nuevas figuras aspiracionales, pero mientras tanto simplemente no hay alternativa.
Veo en redes mensajes de decepción, justificados, que argumentan de forma simplista aquello de que todos los políticos son iguales.
No es verdad.
Hay muchísima diferencia entre lo que defienden unos políticos frente a lo que defienden otros.
Todos esos vacuos y simplones mensajes enfocados a la desafección política solo benefician a la extrema derecha, ya que estos jamás estarán desafectados, estos tienen clarísimo que todos van a votar y lo que van a votar.
Por eso, ahora más que nunca, la izquierda debe votar en masa.
Salimos del restaurante rumbo al Cabañal, que es un barrio precioso, donde estaba el Teatro El Musical, donde daría lugar mi directo de Pijas Marrones.
Nos tomamos un café en una especie de cafetería como de Bebe, Amparanoia, Manu Chao, el típico con maniquíes intervenidos y perroflautadas similares, y nos metimos en el teatro, donde estaba Laura para recibirnos.
Llegaron Diana Cubo (siempre conectada con su yo niña) e Ismael Chappaz (tan combativo siempre), nos pusimos al día, nos microfonaron y comenzó el show.
Muchísima gente de público, riendo, aplaudiéndonos y dándonos calor.
Estuvimos una hora muy agradable, pasando un calor que te mueres, charlando sobre Rita Barberá, la fallas, las sectas satánicas de Valencia, la ruta del bakalao, señoras a la fresca como patrimonio cultural (hasta que vengan las mamis beige Pombo a imitarlas y a vulgarizar el acting), de la policía de la paella…
Al terminar nos saludaron oyentes del programa, muy cariñosos, que me llenan de ánimos y de fuerza para seguir ahí, al pie del cañón.
Había venido Octavio con Ana y con otra amiga suya, pero Jaime y yo teníamos el AVE de vuelta y tuvimos que coger un taxi corriendo.
AVE por llamarlo de alguna manera, porque era un Avlo.
Nunca jamás había estado en un Avlo y os puedo asegurar que fue una verdadera pesadilla: el asiento duro, sucio, luz excesiva como de hospital, no había cafetería, tan solo máquinas vending.
En la pantalla de cada asiento solo había películas infectas y al llegar a Madrid empezó a oler a mierda en el vagón.
Se nos hizo eterna la vuelta.
Un purgatorio.
Al llegar a casa nos metimos en la ducha con agua hirviendo pese al calor, para matar y dejar atrás el Avlo.
Terminó Supervivientes.
Yo quería que ganase Anita.
Es mi ganadora moral.
Su personaje ha tenido evolución en el programa. Sale distinta de cómo entró.
Borja sale como entra.
Pedimos McDonalds para ver la gala, el Grand Big Mac BLT.
Laura Madrueño es magia de la televisión. La digna heredera de Mayra Gómez Kemp.
Podría presentar el Un Dos Tres. Es técnica depurada y conexión con la emoción y el sentido del suspense.
Mike White, Dios en la Tierra, va a volver al Supervivientes VIP USA. Quizá para no estar en EEUU, tal vez para nutrirse de nuevas formas humanas de comportamiento para su The White Lotus 4.
Mi chico está todo el día con la Switch 2.
Nintendo tiene clase, PlayStation no.
PlayStation tiene juegos que son cine y que son grandes obras maestras como Last of us y Red Redemption, pero Zelda y Super Mario son magia destilada.
Y terminó también La familia de la tele, de forma agridulce, revelando una tangible realidad: las señoras que antes veían Sálvame ahora son de Vox.
Fin.
Me da pena por Marta Riesco.
Quedé en Callao con Juan para comer.
Nos metimos en Five Guys.
Juan está de profe de yoga.
Me estuvo contando sobre una Iglesia fascinante, una comunidad cristiana, a la que iban todos los actores del franquismo. Me encantó charlar con él sobre el misterio humano, la realidad como construcción fortuita.
Yo no creo en nada, pero Juan me dijo una cosa que ya me había dicho Antonio hace mucho tiempo; que soy espiritual sin saberlo.
Comentamos la polémica de los posicionamientos del Orgullo Crítico de Madrid contra la psicología institucional.
Estoy absolutamente de acuerdo.
En contra total de la medicación y de la psicología enfocada no a la persona si no a que esta siga produciendo para el capitalismo.
La psicología institucional se centra en que aguantes.
Otra cosa es la psicología de comunidad, pero la institucional es productivista y al servicio del neoliberalismo.
No entiendo la polémica.
Pablo Carreiro me propuso presentar un coloquio sobre las Spice Girls en la galería Azarte y no me lo pensé dos veces.
Las Spice Girls, ese refugio y espacio de conocimiento para niños maricas.
Las Spice solo se pueden entender desde la ironía queer, ya que fueran solo son percibidas como producto ridículo infantil por los hombres heterosexuales y como mujeres al servicio de un falso feminismo mercantilista y estereotipado por parte de las feministas.
Pero para las fagotas son luminoso esperpento pop y espacio seguro.
Ahí estuve con Manuel Moreno, Alberto Jimenez MissCaffeina, Ricky Merino, Pedro J.Pina.
Nos reímos mucho.
Ay, pero cuidado con la nostalgia, que es una droga dura de que muchos no salen.